Amy Fusselman: “Quería que la escritura actuara como una droga”

Amy Fusselman baila con las palabras. Lo hizo en Ocho y lo vuelve a hacer ahora en Idiófono, primer libro que publica Chai Editora en 2021, un libro inclasificable, ¿cómo se clasifica lo que no se deja clasificar? En realidad, la pregunta que uno se hace cuando lo lee –bastan diez páginas para que surja sola– es: ¿por qué no hay más obras así? 

Fusselman defiende a El cascanueces, a Tchaikovsky, habla de alcoholismo, de las mujeres en el ambiente literario (a quienes llama a dar la pelea), y, sobre todo, escribe sobre su madre. Porque si la primera parte de Ocho era una carta al padre, bueno, Idiofóno es una carta a la madre (a Tchaikovsky y a la madre, que, en un sentido, son lo mismo).

Lo novedoso en este caso es el cómo (cómo escribe sobre su madre, cómo defiende a Tchaikovsky, cómo llama a dar la pelea). La escritura de Fusselman es diferente, escribe en primera persona sobre su vida, es la protagonista, hace autoficción, sí, pero lo hace con desparpajo, con absoluta libertad; su autoficción permite fantasía (permite que dos ratones manejen un escarabajo intentando salvar a su madre), fragmentos de entrevista, sueños, anáforas, todo cabe. Como ella misma dice que le dicen los ratones: lo suyo no es cuento, no es novela y no suena a poesía. Lo que pasa es que lo suyo es otra cosa.  

Ahora, que no queden dudas: que Fusselman ponga a ratones y a conejos no quiere decir que no esté hablando de algo serio; de hecho, lo hace, está hablando de su madre. Como dice Sigrid Nunez en su última novela: la verdad en los cuentos de hadas siempre es más profunda. Son reales.

“Debe ser lindo apoyar los dedos en un teclado y producir música”, escribe Fusselman sobre Tchaikovsky y pareciera que, sin querer queriendo, como diría el Chavo, hablara de sí misma, porque eso es exactamente lo que hace: apoya los dedos en el teclado de su computadora y produce música. A eso suena su prosa, a música. Y no cualquier música: suena a Tchaikovsky. 

Todos deberíamos bailar al ritmo de Fusselman.

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¿Cómo nació Idiófono?

Estuve yendo a ver El cascanueces con mis hijos por años como un ritual navideño y cada vez que fui no dejó de sorprenderme lo loca que es la obra en términos narrativos. Simplemente la amo y la admiro muchísimo como una obra de arte que, básicamente, se vuelve loca y, así y todo, tiene mucho sentido.

En el libro hay una defensa a El cascanueces y una lectura posible es que, con otros personajes, armaste tu propio cascanueces. ¿Buscabas esto?

Sí, me encanta que las personas se sientan libres de hacer de El cascanueces algo propio. ¡El cascanueces no intimida! Tiene caramelos bailarines y, sin embargo, sus temas son serios.

Un artista al que el libro va a su encuentro todo el tiempo es Tchaikovsky, ¿fue el compositor ruso el trampolín que usaste para ir hacia algo nuevo?

La verdad es que sí. El ballet, coreografeado por Balanchine, es espectacular, pero el motor de El cascanueces es su música, que es muy emocional. Tchaikovsky fue, en realidad, la persona a la que le escribí Idiofóno, fue mi carta de amor a él.

La otra figura que resalta es la de tu madre, que está siempre presente, como fantasma o como protagonista; de hecho, pareciera que el libro busca lo mismo que la fantasía interna: repararla. ¿Lo pensaste así? 

Me encanta esa idea. La imagen del cascanueces dañado siendo arreglado por Clara y tratado como un muñeco roto me habló en términos directos sobre lo que estaba escribiendo acerca de mi madre. 

¿Crees que esa libertad en tu estilo te permite salir de un mundo y entrar en otro?

Esa era mi esperanza. Quería que la escritura actuara como una droga, como la música de Tchaikovsky, que transportara a los lectores.

Acá, como pasaba en Ocho, la danza atraviesa la narración. ¿Qué conexión ves entre danza y literatura?

Casi siempre veo a las palabras como pasos de danza. Como escritora intento capturar el mundo, la energía, el movimiento y la locura de eso. Y lo hago de esta forma, de alguna manera, ridícula: ¡haciendo pequeñas marcas que hago una a la vez! Es muy humillante.  

El libro llama a dar la pelea a las mujeres que trabajan en el mundo de la edición, pero esta no parece una pelea controlada, no hay ring de boxeo. ¿Por qué pensás que se da esto?

¡Es una pelea a trompadas en un callejón sin salida! En cuanto al porqué, esa es una vieja historia. Y espero que esté cambiando.

¿Qué significa para una escritora norteamericana ser leída y reconocida en Argentina?

No puedo hablar por otros escritores norteamericanos, pero en lo que a mí respecta es un honor ser acogida por una comunidad literaria tan vibrante. Agradezco escribir en los tiempos de Instagram así puedo ver un poco lo que pasa alrededor. En ese sentido, ha sido maravilloso trabajar con Chai Editora. Estoy muy feliz de que Santiago me haya encontrado y también de la traducción que hizo Virginia Higa de mi trabajo.

Y ahora, cuando me toque pasar por el Chelsea Hotel en Manhattan, que no está tan lejos de donde estoy, voy a pensar en este hotel. Así que ahí está de nuevo: otro mundo dentro de este.

Foto de portada: Frank Snider

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