Por Julia Bonetto (@julia.bonetto)
“Saltos temporales enormes en el espacio, pausas. Esta pureza infantil frente al mundo miserable y corrupto de los adultos a mi alrededor”
Jonas Mekas, Ningún lugar a dónde ir
Hace unos meses leí esta pregunta: ¿cuáles son los lugares donde ser valiente tiene sentido? La pregunta me resuena desde ese momento en mi cabeza, el orden de valentías, los lugares donde la tracción, la fuerza con la que abrimos los ojos, llega. ¿Existen esos lugares? ¿son otros y/o es este, el de ahora, el de acá?
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Hace poco, un mes o dos, en HBO se estrenó la serie dirigida por Luca Guadagnino, We Are Who Who Are. Acá tendría que poner todos los nombres de los actores, las interpretaciones brillantes, los galardones y laureles del director, pero es algo googleable. Cuestión que vi We Are Who We Are y vengo a insistir para que la vean. Primero, pongan esto en Spotify:
Absolute Beginners
Un adolescente de Nueva York, Fraser, se muda a una base militar estadounidense en Italia con sus dos mamás cuirs. Tiene las uñas pintadas, un tapado y una bermuda animal print, le gusta la astrología, lee a Burroughs, se toca un montón su pelo blondie y tiene la mirada más veloz y curiosa del mundo. Su lugar no es ese, pero tiene que hacérselo. Y lo primero que hace Fraser cuando llega a la base italiana es reconocer el terreno. Entre el capricho y la violencia se desenvuelve la amistad entre él y Caitlin, la hija de un soldado que también vive en la base. La amistad es suerte y también, ¿es por compatibilidad de padeceres? Un poco eso nos demuestran los gestos entre los dos.
Same Drugs
Una adolescente que vivió en mil lugares, que se desplaza como una golondrina, que tiene un papá soldado, pero que también se dedica al contrabando de combustible, que se ata su pelo afro, que tiene su primera menstruación, que se siente incómoda con su cuerpo, que no sabe si llamarse Caitlin o Harper, esa chica se transforma en la mejor amiga de Fraser. Dos personajes con conflictos internos, dos personajes que viven en un conflicto externo casi secundario, un contrareflejo de la historia estadounidense en el escenario de la carrera de Trump hacia la presidencia en pleno 2016.
Wild Horses
“¿Qué es transgénero?”, pregunta Caitlin. “Es una revolución dentro tuyo”, le responde Fraser.
I Was Looking at the Ceiling and then I Saw The Sky
El grupo de amigos juega al paintball bajo esta melodía en el medio de un bosque, a plena luz del día.
Tiros de colores casi cercanos a la psicodelia, corridas y risas. A la noche, los tiros de colores se convierten en tiros sexuales. El grupo de amigos, incluidos Caitlin y Fraser, ocupa una casa deshabitada, con pileta, fideos, champagne y pomarola italiana. Dos amigos del grupo, un soldado y una tana, se casaron y ese es el motivo de la fiesta, de la orgía, del sex party. Una obra maestra del reviente.
Let Yourself Go
El pelo afro y largo de Caitlin es cortado por Fraser. La rapa con la maquinita de su papá. Empieza la transformación. Caitlin, al presentarse, dice: “mi nombre es Harper”.
Time Will Tell
Un piano blanco, ellos dos vestidos de blanco con gorras blancas que dicen newyork newyork. Quizá esta sea una de las escenas más performáticas de We Are Who We Are, una adaptación de esto. Un llamado, un atentado inminente cerca de Herat, Afganistán, el despertar sexual que lo acerca a la trieja a Fraser, una intimidad superpuesta con el desprecio.
Living with War
Divide et impera. Los soldados se sublevan ante la coronel y ante la muerte de sus compañeros en el atentado. El aire que se respira es maquiavélico de manual.
Champagne Coast
Un tren a Bologna. Fraser y Harper bailan en el recital de su banda favorita: Blood Orange. La pasan bomba, se besan, corren por Bologna. Pum. Terminó la historia de dos parias que no pecan de nostálgicos.
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En Ningún lugar adonde ir Jonas Mekas escribe un diario de rodaje y de viaje, una especie de oda al Ulises de Joyce que despierta ternura y anhelo. A partir de un viaje involuntario, Mekas llega a Nueva York y se transforma en quien es: Jonas Mekas. El viaje involuntario de Fraser a la base italiana y las incontables mudanzas de Caitlin por el mundo, están con ellos, los marcan y esa vocación de extranjería se parece mucho a la que escribe detalladamente Mekas en su diario. Todo lo que Fraser y Caitlin ven, leen, escuchan, se traduce en estados de ánimo, fragmentos de los conflictos externos de su alrededor, colores. Reviven, se fortalecen con la fuerza centrífuga de sus cuerpos que buscan mundos con los que valga la pena conectarse. Esa fuerza altera cualquier estado: la identidad de Caitlin, la violencia de Fraser, la amistad entre los dos; es como un juego donde ambos viven intensamente.
En su diario, Mekas dice: “¿La ‘búsqueda’ de lo nuevo? ¿Estamos realmente buscando? ¿Qué significa ‘buscar’? Lo llaman búsqueda: nosotros lo llamamos vivir intensamente. O jugar. ¿Por qué no jugar?”.
Los planos y recorridos de la cámara acentúan la narración. Lo mismo pasa con la música. Guadagnino nos tiene acostumbrados a los deslizamientos de los personajes, a congelar la imagen y mostrar una sonrisa fuera de foco, a reiterar una escena en movimiento para que volvamos a un comienzo o para darnos cuenta de que esa escena es la final. Pareciera que Guadagnino está jugando, al igual que sus personajes.
En esos VIII capítulos que dura la serie la valentía se posa en los pequeños gestos, en el ir a contramano, en jugar para conseguir la transformación. Como dos poetas, Fraser y Caitlin aman lo sutil, lo invisible, una canción, algo que pasa como una estrella fugaz por el mundo y lo hacen con la calidez de la inocencia. We Are Who We Are tiene algo de la esencia del diario de Mekas, esa condición incómoda y curiosa de los que recién llegan pero no son turistas, la condición de los que mastican chicle en la inquietud de la espera sabiendo que la valentía puede ir a cualquier lugar.
