25 años de Outside, la gran apuesta maximalista de David Bowie

Por Juan Rapacioli (TW: @JRapacioli)

Revancha de los años perdidos y regreso desbordado al concepto. Buscando -como tantas otras veces- el tono de la época, Bowie corrió hacia el fin de milenio con un disco que asimila a Scott Walker, David Lynch, William Burroughs y combina la paranoia tecnológica con la ansiedad social. Policial, sobrenatural, pesadillesco y sexualmente fatalista, el álbum es narrativo hasta la saturación. La muerte -concebida como una forma de arte- es la gran protagonista. Urbano e industrial (ahí está Nine Inch Nails); onírico y ambiental (ahí está Brian Eno). Apenas salió, Bowie se dio cuenta de que se había excedido. La ambición devino agotamiento pero, escuchado ahora, se puede advertir que la obsesión con el caos era su forma de proyectar el futuro. 

Hacia 1995, Bowie se reunió con su amigo Brian Eno para darle forma a un proyecto que no solo tenía que ver con su nueva fascinación musical: la escena electrónica (del jungle al drum and bass), sino con un cuadro conceptual que lograra condensar la desintegración del siglo XX a través de sus viejas obsesiones: la muerte, la violencia, el sexo y caos. La idea era ambiciosa. Por un lado, se trataba de una reflexión sobre la pérdida de las convenciones sociales, los rituales y las nociones que hacían de la realidad algo explicable. Por el otro, era una respuesta personal a la zona donde Bowie había encontrado, casi siempre, su fuente de inspiración: lo marginal, lo extraño, lo que se escapa a la norma. 

De alguna manera, Bowie estaba volviendo a operar como el coleccionista de poéticas que había sido antes de entrar en la parálisis creativa de los 80’s, donde había conseguido algunos hits y muchos fracasos después del monumental Scary Monsters (1980). Para diseñar Outside, recurrió a dos aspectos de su producción: la distopía futurista y sexualmente provocadora de Ziggy Stardust y Diamond Dogs (1974), y la construcción de paisajes sonoros y climas oníricos de sus años en Berlín con Brian Eno. Pero a diferencia del tono glam de sus personajes emblemáticos y del minimalismo ambiental del tríptico berlinés, en Outside se impone un lenguaje excesivo, fragmentado y por momentos asfixiante que parece dialogar con J. G. Ballard y Burroughs. Cuerpo, máquina y extinción configuran la visión del álbum que, además, captura la ansiedad latente por Internet. 

Detrás de los niveles de producción, hay una historia que sostiene a Outside: “El diario de Nathan Adler o el ritual artístico y asesinato de Baby Grace Blue: un hiperciclo de drama gótico no lineal”. Un relato que se puede leer en clave cyberpunk con Blade Runner y también en sintonía con el policial sobrenatural de David Lynch del que Bowie formó parte en la película Twin Peaks: Fire Walk with Me. En la historia del álbum, el detective Nathan Adler sigue los pasos del autor del crimen de Baby Grace, una niña de 14 años asesinada en un acto de inspiración creativa. En ese sentido, Bowie usa a la muerte para pensar los límites del arte y arroja una reflexión al interior del concepto: “La idea de que hay absolutos, una iglesia absoluta, una política absoluta, no parece tener ningún sentido hoy. El caos es una pintura más acertada de dónde estamos ahora. Esto pone al artista en otro lado”. 

Además de su indagación en los márgenes de la cultura popular, Bowie se sirvió de otra experiencia para concebir el álbum: una visita que realizó junto a Brian Eno en 1994 a la clínica psiquiátrica Gugging en las afueras de Viena. Allí entrevistó a los pacientes y tomó notas de sus outsider arts. Si se tiene en cuenta la historia de esquizofrenia en la familia de Bowie, principalmente el caso de su hermano Terry, se puede entender que su interés en los bordes de la sociedad no era circunstancial, sino algo que ya estaba en el comienzo de su producción, desde de The Man Who Sold the World (1970). Con todo este material, sumado a la proyección futurista del trip hop, el drum and bass y la música industrial, Bowie le dio forma a su reflexión de fin de siglo: un diagnóstico sombrío para una época incierta. 

Outside es el punto de mayor densidad conceptual en la etapa abierta con Black Tie White Noise (1993) y cerrada con Earthling (1997), donde Bowie sepultó el pop comercial de su década anterior a fuerza de experimentación con la música electrónica. Pero, como ya le había pasado otras veces, su intento por salir de una crisis creativa lo llevó a combinar demasiadas obsesiones en un solo trabajo. Todos los recursos puestos al servicio de una idea terminaron por dificultar el acceso a un álbum que por momentos se pierde en su propio laberinto. Sin embargo, sus momentos reveladores logran el efecto buscado: temas como No Control, We Prick You y I’m Deranged condensan la ansiedad opresiva de la época. Pero es en Hallo Spaceboy donde Bowie encuentra el tono: el caos se vuelve estética y la velocidad es el modo en que se reconecta con su imaginario espacial. 

Locura, poder, destrucción y un ensayo sobre la fragilidad del hecho artístico fueron los ejes de un álbum que Bowie terminó abandonando por el peso de su ambición para seguir su carrera de reinvenciones. Pero más allá del agotamiento y la constante necesidad de cambio, Outside quedó como un dispositivo para ser descifrado en el futuro. 25 años después de su aparición, su lenguaje fragmentado, opresivo y caótico parece describir el presente. Además, se puede advertir que la línea de jazz fusión inaugurada con A Small Plot of Land llega hasta su obra final, Blackstar (2016). Bowie, una vez más, huyó de la realidad inmediata para imaginar no solo lo que estaba fuera de radar sino lo que vendría. 

#DatoChelsea: No se pierdan las fotos de la visita de Bowie junto con Eno a la clínica psiquiátrica Gugging. Son espectaculares. Las ven haciendo click acá.

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