Montecarlo Jazz Ensamble: Una excursión con la india ranquel

Foto cortesía Fernando Samalea

Una tarde helada de junio de 1995, merendamos con María Gabriela por el barrio de Once. No bien entramos al café de Paso 415, nos pusimos a hablar de los grandes músicos de jazz que había dado nuestro país. Ambos habíamos escuchado el disco “Red Hot + Cool, Stolen Moments” que reunía a estrellas de jazz norteamericano —Ron Carter y Freddie Hubbard entre ellas—, con artistas emergentes del rap. Nos preguntamos cómo nadie lo había hecho aquí en Argentina.—¡Hagámoslo nosotros! —comentamos entre risas.

Extracto de Qué es un long play – Fernando Samalea

El año pasado se cumplieron 25 años de la salida de Montecarlo Jazz Ensamble, un proyecto musical vanguardista ideado por María Gabriela Epumer, Fernando Samalea y Chiche Bermúdez. El proyecto nació de las ganas de mezclar generaciones y sonidos, de meter las manos en el pasado y ensuciarse con el presente y mirar con binoculares el futuro que había llegado hace rato. 

En 1995 los dos músicos de Charly García aprovecharon que estaban en un momento sin giras y se entregaron a la creación. Chiche Bermúdez les abrió las puertas de su estudio de grabación que estaba en pleno microcentro y comenzó la convocatoria. Por Montecarlo pasaron los jóvenes Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, Lucas Martí (que iba en uniforme de colegio), Willy Crook, Fats Fernández, Jorge Navarro, Dj Zuker, Gillespie, Fernando Nalé, Laura Casarino, entre un montón de músicos más. 

La tapa del disco, ilustrada por Nahuel Vecino, muestra una figura indígena que parece manejar la situación con sus manos. Algo de eso hay. Tanto Epumer como Samalea buscaban hacer este disco para experimentar y pasarla bien, no para que sea redituable. Por eso, decidieron que lo recaudado fuera a tribus indígenas. 

El tatarabuelo de María Gabriela fue un cacique ranquel al que ella comenzó a investigar. Se adentró en ese universo, al cual mencionaba cada vez que podía. En este álbum decidieron sumar grabaciones de tobas, araucanos, mapuches o wichís, ya sea por medio de samples o rapeos en esos idiomas. El resultado es muy hermoso, se van a dar cuenta al darle play. 

Hablamos con Fernando Samalea sobre cómo fue llevar a cabo esta reedición.

***

¿Cuando decidís rescatar el disco? 

En un momento pensé “qué lindo sería que los chicos de ahora que escuchan tanto rap también puedan conocer a María Gabriela y a Dante y Emmanuel pre Kuryaki”.  Sentí que había que rescatar la parte de hip hop y rap y no tanto la experimental, porque en la versión en vinilo solo iban a entrar 38 minutos. Entonces, algunas cosas quedaron afuera pero lo esencial está.

Mientras lo estaba haciendo me di cuenta de que habían pasado 25 años. Así fue. Pasó un cuarto de siglo. Lo bueno es que tenemos la suerte de seguir estando y tenemos ganas de seguir haciendo cosas. Lamentablemente algunos músicos de jazz ya no están. La vida te da ese tipo de lección, ya que estás hay que celebrarlo, dejar una linda edición que suene mucho mejor. Se hizo una remasterización de sonido que quedó increíble, además de la tapa, la edición misma. Todo gracias a la generosidad del Sello RGS que me permitió tener el vinilo con tapa doble y también hacer la reedición en CD. Me pareció que era una linda manera de dejarlo disponible para quien le interese. 

Volvamos al 1995 ¿Cómo surgió la idea de convocar y mezclar gente de diferentes edades en un mismo proyecto? 

Uno cuando tiene 18 o 20 años vive un momento generacional. De golpe entendés por primera vez que eso había pasado y que venía un recambio. Por una cosa fortuita del destino, yo tocaba con los Kuryaki, entonces a pesar de ser un grandulón de 30 volví a vivir los primeros festivales del nuevo rock argentino con ellos, con Babasónicos, Los Brujos, como lo había hecho diez años antes con Fricción o Clap, las otras bandas donde tocaba. 

Lo interesante es que tanto Maria Gabriela como yo fuimos siempre muy futuristas, y con muchos deseos de descubrir a los nuevos jóvenes. Entonces, se nos daba esa chance de rescatar a los antiguos del jazz argentino, mezclarlos con algunos del rock y, sobre todo, fusionar con los nuevos chicos del hip hop. Era el tiempo de Ice Cube, Dr. Dre. Ibas a una discoteca o a un boliche y no era lo mismo, la música que pasaban ya tenía que ver con el hip hop, con el rap, que si bien venía desde los ’80, era indudable que habían cambiado los códigos, incluso con la ropa deportiva, había otra estética. 

Entonces, lo más lindo fue eso, tener la chance de plasmarlo en un disco que no tenía que ver con el dinero, porque pensamos que lo que podíamos recaudar iba a ir para las comunidades aborígenes. Nos parecía genial hacer algo por amor a la música. Además, buscábamos hacerle ver cosas a los chicos, por un lado, y, por el otro, darle a los históricos la oportunidad de compartir con los chicos.

El proyecto de Montecarlo Jazz Ensamble nació de una manera muy instintiva, ¿no? Lejos de la situación “quiero hacer un disco que sea así, así o así”. 

Ni se nos ocurría grabar. Nos encontramos a merendar, a charlar en plan amistoso. Un poco bromeábamos como si hubiésemos sido mediums de la idea, pero en verdad no fue nada planeado. Lo encaramos con la pasión que nos caracteriza y con la misma forma que teníamos de trabajar; por suerte, hasta el día de hoy conservo el deseo de hacer cosas. Lo pensamos, apareció Chiche Bermúdez caminando por la avenida Corrientes y nos ofreció grabar en su estudio Lou Tec. Todavía no existían los equipos digitales, había que grabar con cinta, entonces no era tan fácil. Él nos brindó ese estudio que para colmo tenía un tinte surrealista porque estaba ubicado por la Av. 9 de Julio, con una curandera debajo, una especie de espacio casi prostibulario en la planta baja.

A los dos días siguientes ya estábamos grabando. Con María Gabriela juntamos un poquito de dinero entre ambos para comprar las cintas, para comprar las comidas y bebidas y pasarla bien. Yo que soy muy propenso a la fantasía lo veía con un halo muy feliz, el hecho de hacer música y a la vez no pensar en mucho más que pasarla bien. Aunque suene a cliché en este caso era así.

Muy místico.

Muy. Durante 45 días fuimos a grabar todos los días, estábamos sin giras y así que nos pudimos dar ese lujo. Después se empezó a correr la bola, un músico iba y llamaba al otro. Y era al revés, más que convocar nosotros, recibíamos gente que quería participar.

Y al ser un proyecto tan libre en el que iban entrando músicos como me decís de diferentes generaciones, diferentes palos, ¿hubo algo en el medio que dijeran “esto no sé si da para lo que estamos haciendo”?

No, tanto porque los que iban llegando eran muy afines de entrada. Quizás había un tinte muy experimental por de más, pero todos somos medios raros también, así que siempre fue bienvenido. Vino hasta el poeta Horacio Ferrer a recitar.

También hay una canción de A Tirador Láser.

Claro, que todavía no habían grabado. Lucas Martí tenía 15 años, iba al colegio, venía a veces con el uniforme y el teclado W30. Armábamos unas bases, tocábamos encima y después se iban bosquejando las melodías y las letras, preferentemente con temáticas aborígenes porque queríamos darle esa impronta. Ese dibujo que hizo Nahuel Vecino tiene que ver con eso también, es un brujo, un chamán, uno puede interpretar lo que sea, pero queríamos encontrar algo que fuese original. Si bien en principio la idea nos salió fácil porque había salido ese disco de Red Hot + Latin que había juntado algunos hiphoperos con los de jazz, a su vez por supuesto que no íbamos a hacer una copia exacta ni mucho menos, fue el disparador y pensamos cómo hacerlo y que sea original. 

Lo aborígen entonces estuvo desde un principio. 

Desde un principio y quizás no tan de casualidad. María Gabriela es descendiente ranquel, tiene ahí su parte sanguínea. Y a mí siempre me gustaron las cosas desde lo más europeo a también la cosa más de la naturaleza, la selva, siempre tuve esa inquietud. Entonces, me parecía un programón la posibilidad esa. Además, fui a Chaco, estuve en el Impenetrable, en la selva, en las reservas. Me hice mi lado más experimental de intentar ubicar toda esa situación aborígen y verla desde adentro. Después todo se iba combinando, el día que se grabó el disco toqué Chaco con IKV.

Es muy latente también ese momento, esa búsqueda. 

Muy latente. Por casualidad o no, los espíritus afines se van encontrando. Con María Gabriela siempre fuimos amigos, amigos reales, lo que la palabra conlleva. A la vez compartíamos el proyecto de Charly, pero estábamos muy conectados con las nuevas tendencias, los nuevos jóvenes, con mucha curiosidad. Si bien la palabra “rap” venía de los ’80, era lo nuevo, era verdaderamente la nueva explosión juvenil. Más allá de la experimentación beatle del moog y todo eso había una nueva forma de producir las canciones. La hipnosis misma de la danza del hip hop, la cosa callejera, esa mezcla entre que uno podía imaginar Brooklyn con los suburbios de París. Y lo que empezaba a darse acá con los chicos de Argentina y de Sudamérica. Los Kuryaki fueron punta de lanza, por supuesto que fueron los mejores, fueron los que realmente la hicieron con maestría y mezclaron con toda esa cosa de artes marciales. Ellos fueron los verdaderos futuristas en la ciudad. Pero también había otros chicos.

Escuchás el disco y te das cuenta de que tiene un sonido muy de Buenos Aires y, a la misma vez, es muy internacional. Pueden juntarse, fusionarse, esa cosa porteña que se nota que tiene y a también un halo súper internacional con respecto a otros ritmos y fusiones

Es que todos somos un poco así, como muy de Buenos Aires, y a la vez con mucha apertura a la cosa europea o a la cosa norteamericana. Y también con la inquietud un poco salvaje de la cosa de las montañas y de las selvas, ¿por qué no? O que nos pueda tentar Marruecos, por decir algo, o un viaje por Asia. Entonces, entre todas esas posibilidades que nos da el mundo y la mezcla misma de nosotros de haber nacido tan lejos del hemisferio norte pero a la vez una ciudad que fue fundada por inmigrantes, por esa mezcla de razas y culturas. O sea, que también es natural que cada proyecto que encaremos tenga eso.

¿Lo presentaron alguna vez en vivo?

Una sola vez, un poco por fiesta y celebrar, en el Roxy de Av. Rivadavia. Ludovica Squirru vino como maestra de ceremonias, fue divertidísimo eso. ¿Quiénes habrán venido? Obviamente, María Gabriela, algunos del jazz como el Negro González, Fats, Jorge Navarro. No podría precisar cuántos de los que participaron, pero fueron bastantes. 

¿Cómo te sentiste con la ausencia física de Maria Gabriela mientras elegías qué canciones quedaban y cuáles no?

Si bien no soy de traer a las personas que no están porque nunca sabremos qué pasa después de la muerte, tampoco es que quería hacer una especie de “a ver qué hacemos”.  Sabía que esto era algo muy sentido y que iba a tener que lidiar con esa cosa fea de saber que ella no está. Tampoco es un drama, pero me refiero a que partíamos de la base de un sin sabor. El proyecto fue hermoso pero lamentablemente no lo podemos disfrutar ahora juntos. Pero con el recuerdo que tenía de lo que habíamos hablado pienso que están los diez temas más representativos y más de lo que realmente fueron. Se pudo haber hecho un vinilo doble, pero también hubiese sido todo un presupuesto, hoy en día nadie compra los vinilos. Entonces, tampoco quería meter al sello RGS a la bancarrota gratuitamente. 

¿Las mejoras de sonido cómo se decidieron?

Las hicimos con Nelson Pombal que es un ingeniero muy bueno, es quien mezcló Ramdon, de Charly García. Lo que hicimos básicamente, fue montar los estéreos viejos y buscarles una ecualización, mejorarlo lo más posible y limpiar las impurezas. Si los sabés usar hay muchos aparatos que logran digitalmente hacer esa tarea. Si bien trabajó con una mezcla ya mezclada y no con canales separados, hay aparatos que pueden ir a la frecuencia de la voz, entonces sutilmente darle otro brillo. Es asombroso. Y es maravilloso cómo él trabaja con eso. Ese fue el chorrito de kerosene que prendió la fogata.

La idea era que no quede como esos discos que ya no se consiguen más, ¿no?

Claro. Con María Gabriela siempre hablábamos de los vinilos y ella también era muy romántica en cuanto a las ediciones lindas, que tengan lindas fotos, una tapa. Me parecía genial que el proyecto que ella compartió tenga el mejor estuche posible y la mejor envoltura para que llegue desde un lugar visual también. Además, Montecarlo no es el proyecto de una persona sino que es un proyecto comunitario y eso lo hace más atractivo. 

Shape