Mercedes Halfon: “Uno escribe a ciegas para después poder volver sobre sus pasos y reconocer el camino que se trazó”

Foto: Catalina Bartolomé (@retratos.profesionales)

Ricardo Piglia decía que los diarios aspiran al relato y, en ese sentido, están escritos para ser leídos como estos. De esa aspiración, a su vez, parecen valerse las ficciones escritas como diarios, que cuentan una historia para ser leída en un formato, día a día. Diario pinchado (Editorial Entropía, 2020), de Mercedes Halfon, es un libro que se inscribe en esta tradición literaria. A fin de cuentas, eso es lo que hace Halfon: escribe un diario de viaje ficcionado, una nouvelle para ser leída en clave de diario.

En ese diario pinchado, la protagonista, la narradora, viaja a Berlín a acompañar a su novio, un poeta becado en la capital alemana para escribir poesía. Y lo que en principio, en las nubes, parecía ser un viaje soñado es, de entrada, otra cosa, ya que se encuentra con el novio absorbido por su beca y con absoluto desinterés por su compañía. Sí, Diario pinchado es, sobre todo, una gran crónica de desamor, o, mejor, la crónica de un final anunciado, el de dos personas que no pueden hacerse entender. 

Entonces mientras el novio hace la beca, la narradora hace un diario del tiempo perdido en Berlín, justamente, perdiéndose en la ciudad. Pero Berlín no tiene la culpa, esa desorientación, está claro, no es solo espacial, sino también, y sobre todo, personal. La narradora ve el derrumbe de su pareja, ve cómo la relación, igual que el colchón inflable en el que duermen, se va quedando sin aire. Y, sin embargo, bajo la mirada de sus palabras no hay romanticismo alemán, en todo caso, hay realismo argentino, como canta Babasónicos: una lanza partida.  

«Importa poco no saber orientarse en una ciudad. Perderse, en cambio, en una ciudad como quien se pierde en el bosque, requiere aprendizaje», dice Benjamin, cita la narradora, que necesita aprender a perderse para que entre un poco de sol por la ventana. 

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Si bien lleva la palabra diario en el título y usa su estructura, me parece que el libro tiene más de novela que de diario. De hecho, el adjetivo le da otra connotación, no es cualquier diario, es un diario pinchado, frustrado, como el viaje, como el amor. ¿Buscabas esto? 

Sí, en verdad se trata de una nouvelle, usa la palabra diario en su título y está estructurada como un diario pero el género es un poco un juego, es como un simulacro de diario. Es un diario ficcional, no es mi diario de viaje a Berlín real. Me gustaba jugar con esa ambigüedad genérica. Me parece que los géneros tienen un sentido, que sirven para pensar los textos, para pensar las relaciones entre ellos, pero no para tomárselos prescriptivamente, y escribir a partir de ahí, sino para pensar más bien en la disolución de los géneros, que es hacia dónde va la literatura, digamos, utópicamente

Cuando leía el libro pensaba, justamente por su diferencia, en La novela luminosa, que tiene más de diario que de novela. Digo, en tu caso no es el diario de un becado, sino de la novia, de la que está a su lado, a un costado. ¿Qué da observar desde el margen?

Bueno, La novela luminosa es un libro que a mí en su momento me impactó mucho, fue muy inspirador. Él es un becado pero al mismo tiempo lo que escribe es la imposibilidad de escribir con un programa, de que la beca se termine convirtiendo en lo que él quisiera que sea. Y la novela es la escritura de esa imposibilidad, a través del diario de la beca. En ese sentido, me parece un texto muy interesante, porque justamente es un becario que está en las antípodas del becario que puede hacer valer su tiempo y que su literatura, de alguna forma, esté justificada por eso. Levrero se rebela contra eso, como Federico Peralta Ramos también lo hizo alguna vez. 

Leí muchos diarios de Berlín, algunos de becarios, y en general lo que me encontraba es lo que señalás, que el que estaba becado era el hombre y no se sabe mucho qué pasaba con quiénes estaban acompañándolo. Entonces me parecía interesante la perspectiva de que sea el diario de la novia del becario, que es una posición completamente marginal, lateral. Y esa mirada al sesgo, en algún momento me di cuenta, me iba a construir el relato.   

En varios pasajes del libro la narradora le escribe a su novio, al poeta, como si a través del diario que lleva pudieran comunicarse. Te replico la pregunta que se hace la narradora: ¿siempre se escribe para alguien?

Creo que en todas las relaciones, en las parejas, en las familias, en los grupos de amigos, se construye un lenguaje común. Es lógico construir un repertorio que acerque sentidos entre los que se tienen confianza. Un léxico familiar, como escribió Natalia Ginzburg. Esos usos específicos son de las cosas más hermosas del lenguaje. Pero muchas veces cuando los vínculos empiezan a fallar es porque este lenguaje se vuelve opaco, se contamina de otros sentidos que ya no permiten la comunicación plena. Todo está como cargado de un lastre, como un subtitulado debajo de lo que se dice que no permite la comprensión. Me parece que a la pareja del libro lo que le ocurre es eso, ya no se pueden comunicar por ese lenguaje común. Entonces ella encuentra en el diario un lugar donde expresarse, un especie de compañero de aventuras, y también aprovecha para dar ahí para hablarle a él y dar su versión de las cosas. 

Así como la narradora no conoce el idioma que se habla en Berlín, tampoco parece hablar el mismo idioma que su pareja. Le cuesta, o les cuesta, darse a entender. Y da la sensación de que solo se entiende cuando se escribe. ¿Es escribir un diario una manera de encontrarse? 

Me parece que todo el libro es ese recorrido. Esta idea de escribir para encontrar algo, para encontrarse a sí misma, para encontrar a su pareja. Ella tiene un problema con la orientación, con orientarse en la ciudad, no le resulta fácil. Hay un montón de sentidos que aparecen a partir de eso: de la orientación, de la desorientación, de perderse, de encontrarse. Eso recorre el texto y de alguna manera van encontrando, justamente, formas de atravesar ese terreno oscuro que es esa estancia en Berlín. 

Pensando en el desamor narrado, ¿es la cercanía más difícil que la distancia? 

Esa frase está en el libro y es una frase sobre el amor, una reflexión sobre esa idea más romántica, esa retórica que hace del ser amado una persona distante, misteriosa, inalcanzable, rodeada de fantasías que el enamorado crea. Esa idea que está tan presente en la poesía romántica, por ejemplo en Las penas del joven Werther de Goethe. Y ella discute eso, porque se da cuenta que más difícil que la distancia es la cercanía, que es una perspectiva muy poco romántica y más pragmática o más realista, que es lo que le está pasando ahí. Pero tiene que ver con ciertas referencias al romanticismo alemán, justamente estando en Berlín, que aparecen en el texto, como Novalis. No aparece el Werther pero está esa idea.    

En el libro hay más de una cita a Walter Benjamin, aparece Infancia en Berlín, pero sobre todo funciona como su Diario de Moscú, digo, un escritor extranjero perdido en una ciudad fría, siguiendo a un amor. ¿Lo tuviste como norte?

Sí, en la novela aparece bastante Benjamin y, sobre todo, con esos dos textos que mencionás. Diario de Moscú funcionó un poco como referente porque es un diario de viaje de él en Moscú yendo a buscar a una mujer que ama y lo que se encuentra es con otra cosa, ella está enferma, internada, tiene otra pareja. O sea que es un viaje de desilusión amorosa pero a la vez de mucho recorrido y de muchas reflexiones mientras camina, que me parecían muy hermosas y, de alguna forma, funcionaron como una referencia. Infancia en Berlín es un texto que lo usé casi te diría de una forma oracular. Estaba escribiendo el libro y de pronto abría una página de Infancia en Berlín y conectaba justo con alguna parte que extrañamente estaba expresando mejor que yo lo que quería decir. Entonces empecé a incorporar algunas citas de ese libro, fragmentos, que me gustaban porque fueron textos que leí para escribir y me parecía interesante exponer esa constelación. En vez de escribir y ocultar las referencias, mostrarlas. 

Última. La narradora sentencia algo que también podría aplicarse a la escritura, dice: “orientarse es irse a lo desconocido y saber volver después”. ¿Creés que es así?

Sí, la verdad que coincido con que esa frase se podría aplicar a la escritura. Cuando uno escribe está como a ciegas, vas tanteando. Yo trato de escribir y de no corregir en el momento, busco avanzar y después en una segunda instancia empezar a ver qué hay ahí. Y esto tiene que ver también con esta idea de que la literatura no es un programa, es muy difícil escribir con una beca que te marca que primero tenés que tener clara la idea y el proyecto y recién después ir hacia la escritura. Para mí los procesos más interesantes en general son al revés, cuando uno realmente se deja llevar por la intuición de lo que quiere escribir y después ordena ese caos, a veces con ansiedad, con inseguridad. Me parece que la escritura es un poco eso: uno escribe a ciegas para después poder volver sobre sus pasos y reconocer el camino que se trazó.  

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