Ana Montes: Meditación madre

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Foto Mariana Papagni

Por Lara Buonocore (@larabuonocore)

Meditación madre es el nuevo libro de cuentos de Ana Montes, editado por Concreto. En cada uno de ellos, nos encontramos con mujeres que se sienten encerradas –ya sea de forma física o mental– y en el límite del desborde. Y es justamente ahí, en ese espacio fronterizo, donde las nociones de familia, maternidad, cotidianidad y deseo, se enrarecen hasta volverse un territorio extraño, desconocido, incluso peligroso. 

¿Qué pasa cuando la realidad del día a día se vuelve un espacio difícil de habitar, que asfixia? Los cuentos de este libro exploran todo ese universo y las complejidades que, inevitablemente, trae la maternidad.

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¿Cómo fue el proceso de escritura?, ¿de dónde surgió la idea?

No fue una idea en sí, sino que se fue dando solo. Ya tenía un cuento, “Meditación madre”, que lo había escrito antes de la pandemia, en un verano muy caluroso, y quedo ahí suelto porque no me parecía un universo que se podía expandir mucho. Durante la pandemia, con un grupo de amigas escritoras, nos empezamos a juntar todos los domingos por zoom a leernos lo que estábamos escribiendo para no volvernos locas. Durante casi dos años nos juntamos religiosamente todos los domingos a hacer tres horas de taller. Al principio escribíamos diarios del encierro y eran insoportables, material de pesadilla, todas concordamos en eso. Pero fue muy loco cómo en el taller eso fue mutando y nos empezamos a animar a proyectar algo de ese encierro en nuestros materiales. 

A mí me agarró una obsesión con una pintora argentina que se llama Emilia Gutiérrez y entonces escribí “La flamenca”. Después empecé a indagar en lo que pasa cuando ponés la lupa en lo cotidiano y en lo chiquito, los vínculos y la familia, y cómo eso se puede enrarecer en un segundo y volverse un espacio de peligro. Con esa premisa comencé a pensar en distintas historias, y otras empezaron a gestarse solas. 

En paralelo, yo ya tenía treinta años, todas mis amigas empezaron a tener hijos, y apareció la pregunta inevitable de ser mujer y pensar en tu madre, o en sí querés serlo. Con esos dos links empezó a hilarse la idea del libro.

El tema de la maternidad, entonces, surgió de ese encierro.

Creo que hubo algo muy primario en la pandemia, que nos conectó a todes con el pasado y la familia, mirar hacia delante y pensar en realizar la historia familiar. Yo me puse a pensar en las maternidades truncas, en cómo algo puede fallar y se puede no desear al hijx, o encontrarse presa con un bebé.

Los cuentos dejan latiendo la pregunta de si lo narrado sucedió o no. En todos parece habitarse el límite entre la realidad y lo imaginario.

Lo de enrarecido me gusta y me parece que es así, cuando mirás en profundidad cualquier cosa se enrarece, y yo me propuse escribir sobre eso, de hasta dónde puede llegar la cabeza en estas cosas. Por ejemplo, la posibilidad de tener un embarazo psicológico, o perder un hijo y obsesionarse con una niña que puede existir o no, el lector no lo sabe. Me hizo pensar en los límites de realismo también.

En la sociedad actual está muy presente ese mandato en las mujeres de maternar a todas las personas a su alrededor, y me parece que los cuentos muestran el lado más oscuro de eso, para no idealizarlo.

Sí, eso me interesaba mucho también, pensar el límite entre lo familiar y lo oscuro, lo que se llama comúnmente “el siniestro”. De hecho, mi libro favorito de todos los tiempos es Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson. Es una novela de dos hermanas que están encerradas en su casa después de que muere su familia, y todo se empieza a enrarecer hasta que, de pronto, sin darte cuenta, estás sumergida en una historia de terror. Lo sinestro es eso: lo que puede pasar en una casa con personas normales encerradas adentro.

Todas las protagonistas de los cuentos pasan por situaciones diferentes, pero, a la vez, hay algo que las conecta. ¿Creés que tienen algo en común que las una?

A mí me gusta pensar que algunas pueden ser el mismo personaje en distintos momentos de su vida. No lo hice explícito en el libro, pero yo pienso, por ejemplo, que la narradora chiquita de “Agua salada”, que está en Cariló con la madre, podría ser la misma de “Meditación madre”, que vuelve a Cariló de adulta y se pregunta sobre el vínculo con su madre. 

Después hay otros enroques así que pensé: por ejemplo, la mujer de “Tierra salvaje”, que pierde un hijo, puede ser también la de “Una catástrofe”, que tiene un hijo después y está encerrada con él y no lo aguanta. También la chica de “La flamenca”, que tiene la obsesión con la pintora, puede ser la que vive sola con su madre en “Lo que viene de afuera”. 

Pensé esos juegos mentales y con Afri, la editora, trabajamos muchísimo en el orden de los cuentos para que formara como un hilo, que para mí fue lo más difícil de todo. Cuando se lo di para leer por primera vez a Romina Paula, le dije “no sé cómo unir, no sé cómo hacer”, y ella me dijo, “yo no te puedo ayudar, eso es intuición, tenés que pensar en el pegamento entre los cuentos.” Y eso me quedó resonando y me pareció hermoso, porque es como el orden de un disco de música, no sabés bien por qué funcionar pero lo hace, y después de un tema solo puede ir el otro.

¿Cómo fue pasar de la novela al cuento? ¿Te pareció complicado? 

Mientras escribía, todo el mundo se pensó que era una novela, como por default, y me parece que hay algo clásico en los escritores de empezar por un libro de cuentos y seguir por la novela, como si la novela fuera un género superador y los cuentos más amateur. Creo que hay algo punk en escribir cuentos, y la verdad es que no me resultó complicado. Estoy contenta porque me permití el capricho, tenía ganas de escribir estas historias breves que se unieran como collage. A mí me gusta trabajar con el fragmento, y el cuento es el rey de fragmento, entonces, ¿por qué no? Lo único que me pareció difícil fue organizar los cuentos en un libro, pensar el orden, la pegatina entre ellos. En mi experiencia, la novela, sobre todo si es fragmentaria, es muy libre porque podés ir jugando como si los capítulos fueran bloques: pongo este acá, lo corro allá, y eso es divertidísimo. Capaz con el libro de cuentos es más difícil, pero la escritura me resulto más divertida, menos de largo aliento, aunque es un desafío, tener que escribir en cinco páginas un mundo que funcione.

También los distintos cuentos construyen ese universo compartido.

Si, se unen entre sí. De hecho, me gustan mucho los libros de cuentos donde un tema insiste o un personaje vuelve. Uno de mis libros de cuentos preferidos es Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Es increíble y ella hace mucho esto: son personajes totalmente distintos pero, por ejemplo, la insistencia sobre el ex marido vuelve en un montón de ellos. Me encantan cómo una historia se puede continuar en distintas historias, porque creo que la vida tiene algo de eso también, de capítulos: en un capítulo sos una persona y en otro, otra. Por eso me gusta pensar que mis narradoras son distintas, pero podrían ser la misma.

Meditación madre ya está disponible en todas las librerías del país. 

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