En Transradio, primera novela de Maru Leonhard (Cía. Naviera Ilimitada Editores, 2020), Isabel, la protagonista, una mujer joven, decide volver al pueblo en el que vivió en su infancia junto con Martín, su marido. ¿Por qué? Porque necesita cambiar de aire, alejarse de la ciudad, de la tragedia, salir, como diría Moura, de su agujero interior (o mejor, de su zanja interior), para volver a empezar. Y lo intenta, de hecho, pone el cuerpo y el bocho en acción.
Pero en esa vuelta al pueblo que queda a setenta kilómetros, que está lejos pero no tanto, como el pasado, se da cuenta de que para rearmarse necesita atravesar el dolor, limpiarse. En otras palabras, perdonar y perdonarse. Eso es lo que vemos cuando leemos. Y digo vemos porque Leonhard, con una prosa que siempre avanza (hacia lo desconocido, pero avanza), nos llena de imágenes que hablan por sí solas: la inestabilidad de Isabel se ve y se siente.
Transradio habla de la pérdida y, sobre todo, del pasado, de esos recuerdos que nos persiguen como fantasmas, como el barro que se impregna y no sale.
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¿Cómo nació Transradio?
Nació casi de casualidad. Empecé escribiendo la historia de una pareja que se mudaba a la casa de la infancia de ella y unas semanas más tarde estaba súper entusiasmada, había encontrado otros personajes, otras locaciones, algunas líneas paralelas, pensaba mucho en lo que estaba escribiendo (nunca había hecho ni siquiera el intento de hacer algo más largo que un cuento) y cuando quise darme cuenta estaba anotada en una clínica de novela que daban Selva Almada y Julián López, donde fui llevando semana a semana los avances de lo que finalmente terminó siendo la primera versión de Transradio, que dista bastante de lo que se publicó.
La novela empieza ya de entrada con un recuerdo fuerte de Isabel, de cuando era una nena con su mamá, y es un adelanto de lo que va a venir: el pasado atravesando el presente, la madre atravesando a la hija. ¿Siempre tuviste ese comienzo en la cabeza?
En un primer momento la novela arrancaba con la mudanza, después durante bastante tiempo empezó con la carrera que hace con la otra nena, finalmente terminó quedando el recuerdo de la caída a la zanja. El motivo fue que en un principio casi no existía el personaje de la madre, fue algo que se agregó cuando ya estaba armando la versión definitiva de la novela. Pero sí cuando apareció la madre estuvo siempre presente ese doble juego entre identificarse y no poder separarse de la imagen, mirarse al espejo y verse una y verse otra en diferentes momentos de la novela. Hay un punto en el que creo que la novela termina hablando de eso que nos marcó en la infancia y que no podemos soltar, esa madre que atraviesa a una hija pero que no es su hija ni la hija es su madre. Hay una confusión entre esas imágenes a lo largo de la novela en lo que trabajé bastante.
Hablando de recuerdos, acá los recuerdos (que ya de por sí tienen mucho de invento) se confunden con los sueños y, de hecho, es como si ella misma viviera en la incertidumbre, en una gran ensoñación, por momentos no se sabe bien si algo pasó en la realidad o en su cabeza, ¿era la idea?
Sí, la idea de recuerdos que son medio sueño medio recuerdo medio recuerdo tergiversado o pura invención es algo que me interesa muchísimo porque me interesa muchísimo el proceso de la memoria en sí: qué recordamos y cómo y por qué. Me obsesiona ese tema (también debe ser que soy un poco nostálgica), me obsesiona la forma en que nos vamos contando nuestra propia vida, lo que dejamos afuera, la edición que hacemos de nosotros mismos. Esa incertidumbre que se percibe en Isabel tiene que ver con estar atravesando un período de rotura total, creo que Isabel vuelve a Transradio a ver qué pedacito de su infancia puede encajar en ese rompecabezas desarmado que es ella misma. ¿Existe esa pieza que le falta? ¿Es ahí donde tiene que buscarla? ¿Y cuál es la imagen que va a terminar armando? Ese tipo de preguntas son lo que me parece que muestran la incertidumbre de Isabel.
Está también el tema de la vuelta al hogar donde uno fue feliz o, por lo menos, recuerda haber sido feliz. En este caso impulsado por una tragedia, como si esa vuelta al pasado, como si esa huida, fuese a borrar el dolor presente. Ahora, me parece que la novela deja claro que no hay una receta para superar la tragedia, ¿no?
La vuelta al hogar, en este caso, creo que más que huir es meterse de lleno en el dolor. Tal vez Isabel no lo sepa, o tal vez eso es lo que va descubriendo en la novela: para superar el dolor hay que enterrarse en él. La única forma de resolver un conflicto es atravesándolo: no se puede escapar, no se puede ignorarlo, no se puede huir. Después hay dolores que no se superan pero es posible aprender a vivir con ellos, aprender a vivir con la ausencia, con la falta, con lo que no se tiene. Y aprender a convivir con el dolor es una forma de encontrar algo de luz.
Leyéndote me acordé de una frase de Casas que dice que “la mayoría de las cosas que nos modifican para siempre surgen en la infancia”. Me parece que es algo que le aplica de lleno a Isabel, que, como decís, tuvo una infancia que la marcó. ¿La vuelta al pueblo es también una manera de intentar cerrar esa etapa, de encontrar un origen al dolor?
Coincido plenamente con la frase de Casas, la infancia es fundacional en muchos más aspectos de los que somos conscientes. Somos nuestra propia historia y, en el caso de Isabel, haber crecido rodeada de la ausencia de su madre sumado al silencio de su padre, creo que terminó dejando un pendiente en su vida. No sé si vuelve a cerrar esa etapa de una forma consciente. Como te dije antes, Isabel vuelve creyendo que está huyendo pero sin querer se mete de lleno en lo que realmente tenía que resolver. Acá hay una diferencia piola entre lo que un personaje quiere y lo que un personaje necesita: Isabel quiere escaparse pero lo que necesita realmente es reconectar con esa infancia para poder dar vuelta la página.
Me interesa cómo trabajás la invisibilización, lo que no se dice, hablo de lo que no le dicen de su madre (ni su padre, ni el pueblo): la depresión (una enfermedad históricamente silenciada), la demencia; y también lo no dicho entre Martín e Isabel. Y da la sensación de que lo que no se habla nunca se termina de ir, ¿creés que es así?
Es así, claro. Tampoco es que hablando se puede resolver todo. Pero tiene más que ver con sacar afuera algo que te está haciendo ruido en la cabeza. Isabel tanto con su papá como con Martín se relaciona desde el silencio y eso a la larga no termina nunca de avanzar. Justo una amiga leyó la novela y me preguntó «¿pero por qué Isabel no le cuestionó nada al padre?» y yo no tuve una respuesta muy firme para darle porque tiene que ver con la personalidad de Isabel. Fijate que Isabel en la novela pregunta por su madre (a los vecinos, por ejemplo) pero siempre lo hace con cautela, como si no supiera bien si de eso puede hablarse o no. El silencio es algo que atraviesa toda la narración, siempre hay algo de lo que no se está hablando pero está abajo, en la profundidad, casi en el fondo de la zanja.
La confusión funciona en diferentes niveles, me refiero a Isabel que por momentos parece una nena de la misma edad que los hijos de los vecinos y, sobre todo, a la paulatina transformación en lo que fue su madre, digo, el pueblo incluso la confunde, ella misma se confunde, como si el fantasma de la madre la habitara. ¿Querías mostrar esto?
Sí. Me gustaba por ejemplo que muchas de las cosas que cuenta y ve Isabel lo hace casi con sus ojos de niña, como si al volver a Transradio también volviera a ser una nena. De hecho ahora que lo pienso todo el tema de la huerta tiene algo medio lúdico, ¿no? No se termina de entender si realmente ella está armando una huerta o si está jugando con la tierra y el barro como cuando uno es chiquito. Y por otro lado, la transformación hacia su madre es algo que busqué bastante. Ese destino ineludible que ella empieza a sospechar en sí misma: incluso físicamente empieza a verse más como la madre y menos como Isabel. ¿Existe realmente ese destino? ¿Isabel está destinada a ser como su madre? ¿Qué papel juegan los de afuera? Todas esas preguntas me las iba haciendo a medida que pensaba a Isabel cada vez más convertida en la imagen viva de su madre. ¿Isabel vuelve a Transradio a convertirse en su mamá? ¿O a huir de ella?
Última, ¿que el dolor no tenga culpable es peor?
Hay algo en aceptar que las cosas suceden porque sí que es terrible. Por lo menos a mí es lo que más difícil me resulta en la vida. Todos queremos controlar muchísimo pero hay demasiado que se va de nuestras manos y aceptar que no podemos controlarlo todo, que no podemos encontrar el culpable, la forma de corregirlo, de predecirlo o de evitarlo es terrible. Si el dolor tiene un culpable capaz es más fácil atacarlo, aunque eso tampoco te da garantía de que el dolor vaya a desaparecer. Me interesa desmenuzar el dolor y aprender a vivir con todo aquello que no podemos predecir ni corregir ni cambiar.