Bajo sus pies: una velocidad diferente

No hay una fórmula para atravesar el duelo, para superar la pérdida, Bajo sus pies, la hermosa novela de Leticia Obeid que Blatt & Ríos publicó a principio de año, viene a recordanos esto: un duelo, cuando es de un familiar, de un ser querido, es algo muy personal. Están los que viven sobre el recuerdo, en el recuerdo, como Elena, la protagonista, o los que prefieren mantenerse a distancia, como Julián, su hermano. La postura diametralmente opuesta de los hermanos nos dice eso: afrontar la pérdida es difícil y se reacciona como se puede. La muerte, efectivamente, irrumpe como una quebradura.

Retrato pandémico de Leticia Obeid por Catalina Bartolomé

Bajo sus pies cuenta la historia de Elena, una mujer en sus treinta que, luego de la muerte repentina de su madre, decide dejar Buenos Aires e irse al pueblito pampeano donde su madre vivía (donde ella supo vivir de adolescente), a vivir en su casa, con su ropa, es decir, toma su vida. Y va ahí, principalmente, a terminar lo que su madre se proponía hacer cuando la muerte la interrumpió de imprevisto: trabajar la tierra, trabajar el campo que tienen a cinco minutos del pueblo, algo que Elena desconoce por completo. 

El principio nos muestra la llegada, la entrada, de Elena a la casa de su madre. Abre la puerta y entra en la oscuridad de esa cueva, y camina sin mirar por si le salta algún fantasma desde la penumbra. Bueno, eso es un tráiler de lo que va a venir. Elena, consciente o inconscientemente, se mete en la cueva a convivir con el fantasma de su madre, que, está claro, ahí adentro baila como las llamas en la estufa. Cada rincón es un recuerdo: su ausencia se representa en cada objeto de la casa, pero también en cada tienda o esquina del pueblo, en cierto sentido, la casa es el pueblo.

Un correlato. Apenas llega Elena se da cuenta de que en una esquina del patio de la casa de su madre hay un agujero, busca qué animal lo hizo pero no hay registros de ningún animal, le pregunta a Leila, la chica que limpia, y le dice que ella tampoco vio nada, que es un misterio, ¿quién abrió ese agujero? Bueno, no sabemos, pero sí sabemos que la madre funciona también como un agujero, pero uno negro.

Algo más, en la novela, salvo una contada excepción, y a diferencia de lo que postulaba O´Connor, la gente de campo es buena: el contador, el ingeniero, los hermanos carpinteros, Flacura, las tías. El pueblo entonces no es solo la casa, es la familia.

La novela está dividida en tres partes: Barbecho, Siembra y Cosecha, que podrían tranquilamente llamarse: decisión, acción y resultado. Pero no, Obeid sabe, Elena aprende, que el lenguaje importa. Pareciera que la semántica agrícola no es para cualquiera, que es más dura que las demás, pero Elena no se asusta, aprende y sigue, la dificultad no le impide avanzar (y a nosotros, lectores, tampoco, porque, como pasaba cuando Fogwill usaba la semántica náutica, uno entiende sin entender).

Elena toma la posición de su madre porque quiere traerla de vuelta. Usar la ropa, usar su habitación, la compañía de la perra Tita, la forma de vida pueblerina, ¡hasta dosificar la comida que queda en el freezer!, son todas acciones que pretenden lo imposible. De hecho, se ve claramente la desafectación de su persona mientras está en la casa: no responde los mensajes, casi no atiende el celular, se avejenta, en síntesis, pretende borrarse. Y lo único que hace de este tiempo (ver series compulsivamente: Outlander, Scandal, Game of Thrones, la que venga), funciona en la misma dirección, las series como maniobras de evasión.

Pero en toda su estadía, en ese largo año, Elena no solo descubre que una muerte mata muchas cosas, sino que a partir de ella se pueden aprender muchas otras. Como por ejemplo que puede fabricar dentro de sí “una modesta pero firme voluntad de vivir”. Que puede, por mucho que cueste, resignificar el dolor, convertirlo en otra cosa, en una aventura, porque eso es lo que hace cuando trabaja la tierra, cuando recoge la cosecha de trigo, ¿no? 

Obeid tiene una prosa muy descriptiva, muy sensorial, que evita en todo momento el golpe bajo, que narra con el foco puesto en Elena pero con el campo dentro del marco. Y lo hace compensando la velocidad, porque, es cierto, una muerte produce, entre otras cosas, un problema de velocidad. La autora lo comprende y lo muestra, narra cada paso de Elena y lo narra a una velocidad diferente.

Bajo sus pies es una novela asertiva que muestra una manera de atravesar el duelo a pulmón (no importa si es de ida o de vuelta). Perdón, mejor parafrasemos a Cerati y digamos lo que Obeid no enuncia: saber decir adiós es crecer.

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