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Charly García: La inocencia con la piel

Por: Juan Rapacioli (@jrapacioli)

El día que cumplió 52 años, Charly García llegó al estudio de Susana Giménez con su mano dorada para presentar Rock and Roll YO, el álbum que condensa una etapa marcada por el descontrol, la autorreferencia y la rabia de seguir aguantando el peso de la existencia. En algún punto de la entrevista, la siempre atónita diva de la televisión argentina le preguntó al músico por su infancia; específicamente por The Beatles. La respuesta de García fue contundente: “No había juventud en esa época”. ¿Qué quiso decir Charly con esa afirmación? Entre otras cosas, que los cuatro de Liverpool habían llegado para cambiarlo todo. Antes de ese impacto que revolucionó los colegios de Inglaterra, el mundo pertenecía a la adultez. La transformación que vivió el niño pianista Carlos Alberto García Moreno fue la de toda una generación que rompió con los mandatos familiares a fuerza de rock and roll. Las canciones empezaron a plantear las preguntas que nadie quería hacerse y, en pocos años, la cultura había cambiado. Las antenas de Charly, programadas desde temprano, recibieron el mensaje. Un día se fue con los hippies, estuvo perdido y se animó a despegar. 

La obra de García es hija de la revolución cultural de los 60, pero también de su derrota. Del Summer of Love del 67 a la intensidad social del 69, el mundo cambió rápidamente y, en los 70, la violencia, el desconcierto y la incertidumbre se respiraban en el aire. El final de la década, con el asesinato de John Lennon, sepultó la opción por la paz. Como sucede con Bob Dylan o David Bowie, muchos de los temas que Charly va a explorar aparecen en sus trabajos iniciales. En el primer álbum de Sui Generis, Vida (1972), ya se pueden advertir las preguntas que el artista va a formular, con menos inocencia, a lo largo de su carrera. La apertura marca el espíritu del álbum: “Hubo un tiempo que fui hermoso y fui libre de verdad”, se escucha en Canción para mi muerte, el primer hit de la banda. La nostalgia que atraviesa toda la obra de García reside en esas líneas iniciáticas. Esta idea se refuerza en la épica Dime quién me lo robó, donde se oye: “Y todo lo que yo amaba ya no es mío y se escapó”. En la existencialista Cuando comenzamos a nacer se evidencia otra cuestión importante en la narrativa de García: el problema de lo real (“Qué poca cosa es la realidad, mejor seguir, mejor soñar”). Por un lado, su obra funciona como un registro documental de la vida en Argentina y, puntualmente, en Buenos Aires; por el otro, su trabajo con la ilusión configura universos utópicos que permiten escapar de lo establecido.

Luego de la sinceridad demoledora de su primer álbum, García empieza a trabajar en composiciones más complejas que abren diversos sentidos. Según la investigadora Mara Favoretto, autora de Charly en el país de las alegorías (Gourmet Musical), “las alegorías de Charly sorprenden, confunden, asombran, se distancian bastante de las de Homero y se acercan más a las de Lewis Carroll, ya que son innovadoras e inconclusas y plantean cuestionamientos que no se resuelven”. El segundo álbum de Sui Generis, Confesiones de invierno (1973), se puede entender como la transición hacia el cierre de una etapa con Pequeñas anécdotas de las instituciones (1974). Si bien continúa la línea folk-rock con su balada a lo Dylan que le da nombre al álbum, aparecen rasgos de rock progresivo en piezas extraordinarias como Tribulaciones, lamento y ocaso de un tonto rey imaginario, o no. El último álbum de Sui Generis trae otra densidad. La opresión ya estaba en el aire. Es un trabajo que rompe con la estética anterior y se mete de lleno en la oscuridad de la época. Charly pierde la inocencia y mira de frente la larga noche que se avecina. El poder, la censura y la represión le dan forma a su mirada política. El recuerdo de un pasado feliz y la incertidumbre del presente se retoman en El Show de los Muertos: “Yo crecí con sonrisas de casa, cielos claros y verde jardín, ¿y qué estoy haciendo en esa calle con hambre? ¿Cuántas veces tendré que morir para ser siempre yo?”. En Para quién canto yo entonces vuelve el tema del narrador. Charly explícita su forma de escribir: “Yo canto para la gente, porque también soy uno de ellos. Ellos escriben las cosas y yo les pongo melodía verso”. Y en la censurada Botas Locas es más directo: “Amar a la patria bien nos exigieron. Si ellos son la patria, yo soy extranjero”. Después vendría el vuelo de un pájaro progresivo. 

En el comienzo de la última dictadura cívico-militar, Charly reapareció con un proyecto novedoso: La Máquina de Hacer Pájaros, una super banda que combina elementos de rock progresivo, jazz y psicodelia en la tradición de Yes, Genesis y Pink Floyd, pero con una respiración tanguera que García siempre supo dosificar en sus composiciones. Se trata de uno de los puntos más altos en su carrera musical. El segundo álbum del grupo, Películas (1977), marca una manera más conceptual de concebir las canciones a través de un universo clave en la obra del artista: el cine. De Victor Fleming a Stanley Kubrick, pasando por Alfred Hitchcock y Martin Scorsese, las películas son motivaciones centrales en la producción de García. Esto se puede ver claramente en ¿Qué se puede hacer salvo ver películas? y también en Marilyn, la Cenicienta y las Mujeres. Pero el imaginario cinematográfico no es una forma de evasión sino de reflexión indirecta sobre sus viejos temas: el paso del tiempo, la pérdida de la inocencia, el desamor, la soledad, la incertidumbre y el dolor de reinventarse. Es notable el contrapunto entre una pieza llena de esperanza como No te dejes desanimar y el drama urbano de Ruta Perdedora, donde se escucha: “Y yo sé también que mi vida es tan triste, como un tonto me creí lo que dijiste”. Otra vez la nostalgia de un tiempo que se terminó. 

La aparición de Serú Girán implica un salto estético, poético y conceptual. Charly había empezado a escribir canciones bajo la dictadura conocida como Revolución Argentina, pero fue en los tiempos de Videla donde agudizó sus recursos alegóricos. Como sostiene Favoretto: “El nombre Serú Girán no tenía significado conocido. Se trataba de vocablos inventados, elegidos exclusivamente por su musicalidad, lo que no dejaba de ser sugerente: si había palabras que estaban prohibidas, ¿por qué no inventar nuevas palabras para las que habría que buscar un significado?”. La banda de García, Lebón, Aznar y Moro revolucionó la escena del rock argentino. Al principio fue rechazada por su forma de mezclar distintas propuestas musicales, pero terminó conectando definitivamente con la masividad. Más allá de sus ritmos encendidos y sus tonos a veces paródicos, los viejos temas de García estaban ahí, pero profundizados. El hartazgo, la paranoia y el desamparo sobrevuelan ese periodo. Un grito de rabia abre La grasa de las capitales (1979): “No transes más”. Cuatro años después, con muchos golpes encima, la reflexión será otra: “Transas”, confiesa en Dos Cero Uno (Transas), una joya de Clics Modernos (1983). 

El retorno de la democracia encuentra a un García reinventado. Siguen presentes sus reflexiones sobre la soledad, la incertidumbre y la opresión pero cobran otro tono a partir de la ironía. La confusión de la época atraviesa sus canciones y la maduración llega con contradicciones, heridas y secuelas. Charly es consciente de su lugar en la escena y comienza una etapa que define su futuro: el culto a sí mismo. La melancolía de un pasado cada vez más remoto, siempre latente, se nota en piezas como Vos también estabas verde, pero desde una visión menos inocente: “La nostalgia, aquí otra vez. No entiendo a los que hacen lo mismo que yo hice ayer. Pero como está ahí nomás, como viviendo en el pasado”. Otro tema de Yendo de la cama al living (1982), Canción de dos por tres, da con un estado de ánimo general: “No tengo nada que hacer, no tengo que dar, no encuentro la magia en mi manera de hablar, no quiero volver nunca más”. Y otra vez la memoria como un problema: “Ya no quiero vivir así, repitiendo las agonías del pasado”. Después de ese doloroso álbum, llega un trabajo que lo cambia todo, una bisagra en la obra de García: Clics Modernos (1983), el álbum que rompe con la angustia y se lanza definitivamente al futuro. 

El pasado 11 de diciembre, un día después de la asunción de Alberto Fernández, Charly García presentó La Torre de Tesla en el Luna Park. Entre fragmentos de películas, su voz recorrió un repertorio marcado por el amor, el dolor y la transformación. Como un sobreviviente de sí mismo y de la experiencia trágica de vivir al sur, cerró con Desarma y Sangra, la canción que resume todo: “No existe una escuela que enseñe a vivir”. Un poco antes, todo el estadio cantó El Aguante. La emoción fue total cuando Charly se paró y gritó esa frase que sintetiza la vida como resistencia: “Este es el aguante, decimelo a mí”. 

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