Texto e ilustración: Migue Rodríguez Minguito ( @migue__rm)
En Le Jour de Gloire, interesantísimo documental de Joan Bofill sobre Raymond Roussel, el artista Mark Pauline dice: «Algunas personas se preguntan qué es lo que haría Jesús, yo siempre me pregunto qué es lo que Raymond Roussel haría». En el prefacio que abre k-Punk (Caja Negra, 2019), Simon Reynolds habla de Mark Fisher en los mismos términos: «Muchos días me pregunto qué habría dicho Mark sobre esto y aquello».
Mark Fisher (1968-2017) sangró la realidad con sanguijuelas haciendo un profundo corte en lo masivamente aceptado mostrando los planos de la máquina que cambia el clima. La editorial Caja Negra, que ya publicó Los fantasmas de mi vida y Realismo Capitalista, edita ahora en tres volúmenes la mayoría de los textos que colgó en su blog. k-Punk es un gran barco fantasma compilado por Darren Ambrose en el que además podemos encontrar artículos publicados en diversos medios; completando así un primer volumen centrado en libros, películas y programas de televisión. En su forma original el blog de Fisher fue, con su red de hipervínculos, comentarios, archivos de sonido y listas de canciones, un lugar de pensamiento transversal. El espacio líquido de la red le permitió construir un gabinete crítico en el que se conectaron estilos, tendencias y ramas de la creación como en la Ciencia nueva de Vico o la Anatomía de la melancolía de Burton. En él se citan Sleaford Mods, Karl Marx o Ballard sin ninguna escala de valores en cuanto a los temas y objetos de análisis. Hay horizontalidad de pensamiento y de materias cuando Patricia Highsmith, Kanye West, Margaret Atwood, Tricky o Kant son introducidos en la máquina Fisher® de picar pensamiento.

La figura del crítico suele ser asimilada al campo de la diletancia. En este caso, sin embargo, nos encontramos a un omnívoro consumidor de todas las formas culturales que además formó parte de la banda D-Generation (grabaron un único E.P., imposible de encontrar en formato físico, del que existe una grabación de ínfima calidad en Youtube). Porque, más allá de la naturaleza omnívora que debería condicionar la labor de cualquier pensador, Fisher disolvió la frontera entre el practicante y el teórico para componer un cuerpo estético que se centró en analizar las zonas oscuras del sistema por las que la realidad sangraba tanto. Su naturaleza depredadora abarcó películas de consumo masivo, programas de telebasura, grupos de pop, bandas underground o literatura de género. El conocimiento profundo que tenía Fisher de la música es asombroso y se hace necesario leerlo para obtener un enfoque absoluto del hecho; bien como resultado de los acontecimientos, bien como síntoma.
En uno de sus textos define el estilo de la película eXistenZ como “apagado, decididamente no espectacular: el marrón parece ser el color dominante….”. Es ese anti-espectacularismo a la hora de abordar los temas donde Fisher se antoja absolutamente riguroso y, como en la película de Cronenberg, un motel se llama “Motel” y una estación de servicio rural se llama “Estación de Servicio Rural”. Los adornos en la prosa de Fisher no existen. En sus ensayos no encontramos el gran steelo porque Fisher corta. Y cree tanto en lo que dice que raramente introduce una metáfora. Desactivando el “No hay alternativa” de Thatcher, él nada más que esto es posible del realismo capitalista, mostrándonos todas las posibilidades. En el análisis que hizo de la depresión y los fantasmas del tardo-capitalismo podemos encontrar no una espesa saliva melancólica, sino un verdadero programa de acción. Cuando habla de la época en la que Chris Marker estrenó El fondo del aire es rojo y dice que «era una época en la que había desafíos —sin importar lo imperfectos, desorganizados y contradictorios que fuera», lo hace sin nostalgia. El modo nostálgico propio de nuestro tiempo es aquí desactivado acudiendo a Frederic Jameson: la incapacidad de imaginar algo que no sea el pasado, de crear y de verdaderamente romper como un problema que no es individual sino estructural.
Además de su labor como profesor y crítico, Mark Fisher fundó y dirigió la editorial Zer0 Books. La declaración que acompañaba cada una de sus publicaciones define la posición desde la cual escribía: «La cultura contemporánea ha eliminado tanto el concepto de lo público como la figura del intelectual. Los antiguos espacios públicos —tanto físicos como culturales— están hoy abandonados o colonizados por la publicidad. Impera un anti-intelectualismo cretino, celebrado por escritores de poca monta costosamente educados y pagados por corporaciones multinacionales que aseguran a sus aburridos lectores que no hay necesidad de despertar de su estupor interpasivo. La censura informal interiorizada y propagada por los trabajadores culturales del capitalismo tardío genera una conformidad banal que los jefes de la propaganda estalinista solo pudieron soñar con imponer. Zer0 Books sabe que otro tipo de discurso —intelectual sin ser académico, popular sin ser populista— no solo es posible: ya está floreciendo, en las regiones más allá de los luminosos “malls” de los llamados medios masivos y de los salones neuróticamente burocráticos de la academia. Zer0 Books está comprometida con la idea de que publicar es hacer público al intelectual. Está convencida de que, en la cultura irreflexiva y débilmente consensual en la que vivimos, la reflexión teórica, crítica y comprometida es más importante que nunca.»
En todo lo que leyó, vio y oyó, Fisher encontró un subtexto. Y en la exuberancia de los significados que se multiplican llegó a lo concreto rechazando lo meramente estético de las corrientes artísticas y los productos culturales: «Como el punk, el surrealismo murió cuando fue reducido a un mero estilo estético». Esa sensibilidad extremada, seguida por la frialdad con la que analizó los fenómenos, le pusieron muy cerca y a la vez a una necesaria distancia de los objetos. En un todo, un nada, y todo lo que quedaba en medio. El pensamiento híper-enriquecido de Mark se basaba en esa ruptura con las cadenas lógicas o las cadencias propias del dogmatismo. Por ello, en sus textos no encontraremos “el contrapunto simple de un interior idílico y un exterior amenazante” del que habla Žižek comparando el montaje del cine convencional con el de las películas de Hitchock. En la obra de Fisher encontramos el aparato enfrentado a una crítica convencional de superficie, que más allá de la contraposición de dos fuerzas delineadas, una estable y otra perturbadora, entre el amenazante “afuera” y el idílico “adentro”, encuentra su espacio en el presente inestable. Mark Fisher dio caza al etéreo fantasma del capitalismo, al más escurridizo jabberwocky para meterlo en una caja de cristal. Leer a Mark Fisher da miedo. Leer a Mark Fisher es un acto de optimismo radical. Leer a Mark Fisher es leer muchas de las cosas que hemos leído anteriormente y no hace sino exigirnos tomar una posición desde la cual contemplar el monstruoso ritual e interpretarlo. «No deberías jugar con los rituales», dice Žižek. «Esa idea estúpida de que detrás de la máscara hay alguna verdad […] Las superficies importan. Si alteras las superficies podrías perder mucho más de lo que supones. Las máscaras nunca son simplemente meras máscaras.»