En la literatura argentina Laura Wittner es conocida por su poesía, una poesía luminosa y cotidiana que irrumpió con El pasillo del tren hace ya casi veinticinco años. Sin embargo, Se vive y se traduce, el hermoso libro publicado por Entropía hace pocos días, no es un libro de poesía, o no es estrictamente de poesía, porque sí, tiene poesía, pero es narrativa sobre su cara menos conocida: la de traductora, oficio que Wittner practica como una manera de vivir (o seguir viviendo). Es más, otro título posible sería: Se vive como se traduce.
Se vive y se traduce es un libro sobre el oficio de traducir, un diario/guía de traducción que dialoga con diversos autores (de Gluck a Vitale, de Koch a Carrasco, Wittner siempre está pegada a la espalda de alguien); está repleto de citas, fragmentos de ensayos, versiones de poemas. Wittner en un momento reconoce que hace lazos de amor cuando traduce, bueno, acá lo prueba, también los hace mientras escribe. Perdón, el libro es, a su vez, una despedida tierna en tiempos de angustia, la traducción de una pena: la muerte del padre.
A lo largo de todo el libro la autora da diferentes respuestas a la pregunta “¿qué es traducir?”, como si una respuesta diera lugar a otra, como si la palabra comprendiera multitudes, como multitudes de versiones puede tener una traducción. Wittner sabe mejor que nadie que la traducción es inabarcable pero igual va y habita el borde y da una definición más certera que la otra. Un ejemplo: “Traducir es meterse dentro de alguien. Hacerle un lugar también, para que se meta adentro nuestro”. Un comentario: en Se vive y se traduce Wittner nos hace un lugar adentro.
Último. Hay una traducción que la autora no hace, que nos deja hacer, la de ese verso del poema Lost in translation, de James Merrill, que habla por ella: “Pero nada está perdido. O si no: todo es traducción. Y cada parte de nosotros está perdida en ella”.
***
Empecemos por el principio, ¿cómo surgió el libro?
Desde que empecé a traducir por mero gusto fui anotando cositas sin sistema, al principio muy esporádicamente, a veces en un papel, a veces en la computadora (varias computadoras atrás; no entiendo cómo llegaron a la actual), pero siempre desde el punto de vista biográfico: cómo la tarea de traducir se instala en un día, en unas horas, en unos meses de la vida propia. En algún momento se me ocurrió rastrear y reunir esas notas en un cuadernito de tapa naranja y a partir de ahí seguí anotando en esas hojas, sin mucho más sistema pero al menos en un mismo lugar, y evidentemente eso en sí mismo constituyó una especie de sistema para una persona tan desorganizada como yo, porque muy de a poco (con muy de a poco me refiero a años) empecé a imaginar la posibilidad de que a la larga esas notas se convirtieran en libro. Por eso algunos de los fragmentos ya exhiben cierta conciencia de sí mismos: ya ahí sabía que estaba pensando un libro. Después reordené y edité y algunos fragmentos de hace veinte años quedaron entremezclados con otros muy recientes. Cuando Entropía aceptó publicarlo empezamos, con los editores, el trabajo de armado y pulido final, que fue hermoso: detallado y obsesivo como a mí me gusta.
Uno suele asociar tu nombre a la poesía, ¿te costó escribir por fuera de ella?
No me costó porque casi hasta el final no lo pensé como algo para publicar, y además llevo un diario desde los diecinueve años. Siempre estoy tomando notas y notitas. De hecho, últimamente me está costando más escribir poesía. Espero que se me pase – o no.
Pienso que el libro se puede leer como el diario de una traductora, como un ensayo teórico y práctico del oficio de traducir, que es, a su vez, una manera de vivir, como si una no pudiera pensarse sin la otra. ¿Es así?
Sí, así lo veo yo también. Aunque tal vez más práctico que teórico. No puedo pensar la traducción sin verle la vida entreverada. Sí puedo pensarme a mí sin traducir como trabajo pago; sin embargo, aun cuando no trabajo de traductora traduzco para un lado y para el otro, mentalmente, verbalmente; a los idiomas les gusta conversar.
Se vive y se traduce tiene varios fragmentos de ensayos de otros autores, citas, originales y traducciones de poemas, multiplicidad de voces que se funden, ¿pensás la traducción como una construcción colectiva?
Sí; la traducción, la escritura, el idioma. Vamos haciendo esas cosas entre todes, ¿no? Y lo que me pasó con la mayoría de esos fragmentos que incluí fue que me aparecieron espontáneamente, leyendo sin buscar, como respuesta o afirmación o refutación de alguna cosa que yo había pensado y anotado. Me entusiasmó mucho poder inventarme esa conversación con tanta gente admirada.
Una de las autoras citadas es Anne Carson, que dice: “cada traductor conoce el punto en el que un idioma no puede ser trasvasado a otro” y habla de la atracción demencial que eso produce. ¿Sentís esa atracción por habitar lo que parece imposible?
Me atrae como juego, como desafío, y al mismo tiempo a veces reconozco la imposibilidad y prefiero retirarme. Cada traductora o traductor hace lo que puede o quiere ante esa imposibilidad; supongo que no es sólo cuestión de talento sino también de personalidad.
En un momento citás un extracto de Chejfec en donde dice que el traductor busca cosas debajo de las palabras, ¿qué buscás vos en una traducción?
Que me saque de mis profundidades y me meta en las profundidades de otra persona: un alivio. Ese texto de Chejfec se refiere a la relación entre traductor y traducido, a cómo quién traduce a veces imagina que quien escribió sabe bien qué escribió y le pide respuestas, ayuda para saber cómo traducir. Y la autora o el autor, si viven y quieren colaborar, a veces sienten perplejidad ante las preguntas. A veces inventan con tal de responder. También es muy lindo cuando, en alguna que otra ocasión, esas respuestas al final aparecen como resultado de la conversación. Una sorpresa.
Contás una anécdota en la que para traducir a Leanne Shapton ponés la canción que le gusta a la narradora del libro que estás traduciendo. ¿Cuáles son tus rituales para traducir?
El café. Tener el original impreso. No leer el libro entero antes de empezar a traducir. No leer otras traducciones de ese texto o ese libro si las hubiera antes de intentar la mía propia. Traducir las primeras páginas después de haber traducido todo el resto del libro.
Todo cuestionable menos el café, ya sé. Pero me preguntaste por rituales y yo confesé.
Última. El libro está atravesado por la figura de tu padre, que se enuncia poco pero parece estar en todas partes; de hecho, también se puede leer como una despedida, la traducción de esa pena, que es triste y amorosa en igual medida. ¿Lo pensaste así?
No lo pensé así pero mi papá se enfermó y se murió muy repentinamente, en un momento y de una manera que nos resultó increíble, intolerable, y eso tiñe todo lo que hago desde entonces. En efecto la figura de mi papá parece estar en todas partes, no sólo en esto que escribí. Hace casi dos años que intento despedirme, y esa despedida parece que nunca termina, pero me gusta la idea de que este libro, que para mí es tan importante porque me recorre entera, se lea también como un comienzo, un intento –aunque fallido– de despedida.