Castillos de Santiago Craig

Por Tomás Rosner

De tanto andar sobrándole a las cosas/ prendida en un final/ falló la vida, canta el gran poeta del tango Cátulo Castillo.

Sincrónicamente, la primera novela de Santiago Craig, autor del premiado libro de cuentos Las Tormentas (Entropía) y 27 maneras de enamorarse (Factótum), se llama Castillos (Entropía, 2020) y tiene como protagonista a Julián, un hombre de cuarenta años al que las cosas le sobran. Trabaja en una oficina que no soporta y tiene ganas de escribir. Julián está y no está. Por momentos, nostálgico y, a veces, sorpresivamente resolutivo, encarna la idea de que en la vida, nada va de nuevo, pero siempre se puede ser otro. A Julián lo carcome la sensación de que hay alguien como él, pero que tiene en sus manos el verdadero manual para ser adulto.

Un verano, junto a su compañera Elvira y sus dos hijxs (mención aparte para el interesantísimo abordaje de una pareja que a pesar del paso del tiempo, se quiere y respeta las distancias) se va a un balneario uruguayo alejado: un anti Punta del Este. Ahí las vacaciones, poco a poco, van adquiriendo dimensiones propias de David Lynch. Suena “ob-la-di-ob-la-da” mientras un repositor del almacén con discapacidad mental desordena la mercadería y un libro de Truffaut se mezcla con perros tan deprimidos que no ladran.  

Con una pluma precisa y poética, Craig va llevando adelante una novela entretenida y, que a la vez, es de una profundidad incalculable. Hay acá una virtud que merece ser resaltada: la frescura y vitalidad de un texto literario de ningún modo implica frivolidad. En Castillos tenemos un ejemplo de cómo una trama interesante y simple se mezcla con momentos que adquieren un profundo vuelo ensayístico que hasta recuerda a Montaigne: “La vida eran todas las cosas, pero donde estaba el amor, estaba el tiempo de lo necesario”.

Fabián Casas suele destacar que los mejores personajes son inestables. Un personaje plano y predecible construye una historia que no genera interés. Como nos tiene acostumbrados, Craig trabaja el texto como si fuera un bonsai y, lentamente, al estilo de la mejor temporada de una serie memorable, va introduciendo elementos que hacen olfatear el peligro.

Craig escribe como habla: sin tirar postas, con calidez y profundidad, enseñando y mostrando a cada paso su compromiso con la palabra y la escritura. Como machaca en su ya mítico taller de escritura “Bien de Bien”, para él, escribir es insistir. Hacer lo que no se puede hacer. Robar tiempo. Corregirnos, aprendernos. Sabernos poca cosa. 

Con Castillos Craig insiste, la pelea, y logra conmovernos. Como dijo Horacio Covertini, su novela se encamina a ser una de las mejores del año.

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