Better call Saul: Los ganadores se quedan con todo

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Por Manuel Álvarez (@matronge)

Hay un mito popular que dice que las segundas partes nunca fueron buenas. Y si bien hay un buen número de ejemplos que lo avalan (no hace falta dar nombres: Matrix Recargado), también hay otros tantos, probablemente menores, que lo contradicen (pongamos a El Padrino II como ejemplo mayor). Better call Saul es claramente de estos últimos, segundas partes que son buenísimas. Aunque, técnicamente, BCS no es solo una segunda parte, es, más bien, una precuela y una secuela –sí, El Padrino II también lo era–. Pero con una diferencia a la saga mafiosa –esta también lo es–, acá quien protagoniza la precuela y la secuela no es Walter White, el protagonista de Breaking Bad, no es ni siquiera Jesse Pinkman, su segundo protagonista; en BCS el protagonista es Saul Goodman, el abogado chanta de Walter White, un personaje secundario del universo BB. Siguiendo con la analogía, es como si El Padrino II fuese protagonizada por Robert Duvall, ese consigliere mesurado que intentaba cuidar el negocio desde la razón. No se puede pensar, el consigliere de Puzzo nació para ser un personaje secundario, ese es su lugar, a un lado de los padrinos, no en el centro. Con el Saul Goodman de BB pasaba algo parecido: un personaje escrito para aparecer de costado, para darle breves momentos de humor al drama. ¿Quién podía pensar que una serie con él en el papel central podía funcionar? Bueno, la respuesta es fácil: Vince Gilligan y Peter Gould.

Nadie se arrepiente de ser valiente, decía el manager de Luis Miguel en su primera –y gran– temporada, Gilligan y Gould lo fueron y, sí, no se arrepintieron. De hecho, crearon una serie que, por guión, actuación y producción –el plano que habla ya es una marca de la casa–, está tranquilamente en el panteón de las grandes series (The Wire, Mad Men, Los Soprano, no hay lugar para muchas más). Ante el algoritmo de Netflix, hicieron otra cosa, no se dejaron llevar por el ritmo vertiginoso del mercado que pide vistas, un éxito inmediato, una serie para ver con el ceular en la mano (hoy los celulares son las moscas que distraen de las que hablaba Gombrowicz); no, optaron por no apurarse, por cocinar la trama –corrección: las dos tramas– a fuego lento, básicamente, confiaron en su escritura y jugaron para ganar. Moraleja: si algo está bien escrito es probable que cree su propio algoritmo. 

Y BCS está perfectamente escrita, su construcción de personajes (pienso primero en Chuck, un personaje odioso, potente y necesario como Lidia, la mamá de Tony, en Los Soprano), hasta la de los más secundarios, a través de gestos o acciones mínimas (desde la manera de fumar o preparar un café) es genial por su sutileza. Justamente por eso es una serie bien literaria, digo, no por referencias (aunque al final de la primera temporada Jimmy se ponga borgeano y hable de “Uqbar, Orbis” en una estafa), sino por composición. Los guionistas hacen un uso quirúrgico de las herramientas narrativas, no solo del diálogo, siempre verosímil –algo dificil teniendo en cuenta que Jimmy no para de hablar–, o el subtexto, sino, sobre todo, del correlato (esa imagen que sirve de ejemplo para lo que se quiere decir). Entonces no se dice que Jimmy está fundido, se muestra como su Suzuki no arranca. Algo más, algo clave, los guionistas no juzgan a sus personajes, buscan ejemplos para que se juzguen solos.  

Antes decía lo de las dos tramas porque BCS trabaja por un lado la trama mafiosa, que sería lo que heredó de BB y tiene como hilo a los personajes que vienen de ahí (Mike, Gus, Tuco, Héctor, ahora Nacho y Lalo); y, por otro lado, la trama jurídica, llamemosle, en donde están los personajes de Chuck, Kim y Howard, todos abogados. Estas dos tramas van creciendo en paralelo, como si fuera Las palmeras salvajes de Faulkner, pero con una diferencia, acá las tramas sí se cruzan. Es más, los guionistas unen de una manera espectacular las dos tramas de seis temporadas en los tres minutos finales de la recientemente finalizada primera parte de la sexta temporada. No digo más.

Mejor vuelvo a Saul. Gilligan y Gould vieron en el personaje de Saul Goodman lo que nadie vio: una historia. Digo que nadie vio porque los que vimos BB estabamos encandilados por otra historia, o mejor, otras historias, la del profesor y el alumno, y nos olvidamos de una máxima fundamental: todos tienen una historia que contar; lo importantes, claro, es cómo la contás. La pregunta es: ¿cómo alguien llega a ser lo que es? Esa pregunta estaba en BB y está en BCS, con una diferencia fundamental, en BCS esa pregunta no se limita a dos personajes, se extiende a todos los que aparecen en la serie (Saul, Mike, Kim, Chuck, Nacho, Howard y demás). Ahí, creo, está la ventaja narrativa de BCS sobre BB, en cómo desarrolla a sus personajes, a todos los importantes, digamosle, que están lleno de matices (vuelvo a pensar en Chuck y su rabia llena de verdad; ahí está la vuelta de tuerca de los guionistas, la verdad no nos la dice el personaje querible, sino el que menos simpatía nos genera). Entonces interesa saber cómo alguien se convierte en el abogado de la mafia Salamanca, obviamente, pero también cómo alguien que llega a ser una abogada respetuosa elige abandonar ese camino y corromperse para acompañar a su compañero. Solo por mencionar a Jimmy McGill y Kim Wexler (aprovecho este paréntesis para decir que la actuación de Rhea Seehorn es de otro planeta). Perdón, para los que no la vieron va una aclaración: Jimmy McGill es también Saul Goodman (y también Gene Takavic, pero no quiero complicar más esto).

Ahí está el otro gran tema de BCS: el del doble. En el caso de Jimmy, como pasaba con Walter White/Heisenberg, es claro porque cambia el nombre para convertirse en su alter ego, pero la duplicidad está en todos los personajes (podría sacar “los personajes” y funciona igual): Chuck es uno en el estudio y otro con su hermano; Kim es una como abogada y otra como cómplice activa de Jimmy; Mike es uno con su nieta y otro cuando trabaja; y así. Ni hablar de Lalo Salamanca, el último en aparecer. Un personaje que puede ser el más malo y también puede ser tierno, que es simpático y diabólico. Un personaje tan bien escrito que cada vez que aparece en pantalla, cada vez que sonríe, dispara la tensión.

Último. Hay un capítulo memorable de la cuarta temporada, justo el último, que se llama “Winners” y funciona como el “The Suitcase” de Mad Men, es decir, un capítulo vertebral, de esos que definen el destino de un personaje. Vean, por favor, ese opening con los hermanos McGill cantando, mejor dicho, resignificando, “Winners take it all” de ABBA. Son 2 minutos y medio. Ahí está gran parte de lo que fue la serie hasta ese momento: una serie de hermanos, dos hermanos que, con sus amores y sus miserias, eligieron caminos opuestos (uno dentro de las reglas, el otro por fuera) e, indefectiblemente, se fueron separando a sabiendas de que los dos no podían ganar. La canción lo dice: el ganador se queda con todo, el perdedor tiene que caer, es simple y es plano, ¿por qué debería quejarme?

No hay más que decir, o sí: Better call Saul ya ganó.

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