Una música futura, de la escritora chilena María José Navia, editado recientemente en Argentina por Marciana, es un libro de siete relatos que tocan diversos temas, como la tragedia, el tiempo, el amor, la enfermedad, la pérdida. Pero estos relatos logran dejar una impresión duradera en quien lee el libro, la sensación de estar envueltos en la historia, un escalofrío que no se va. Será por la cercanía a lo que se narra; por pensar que, todo lo que les está pasando a los personajes, por más trágico que sea, podría pasarnos a nosotrxs también. ¿Quién dice que, como en “Cuidado”, no tengamos que ir a una casa, perdida en el medio de la montaña y sin señal, para hacer rehabilitación por la adicción al teléfono? También nos podría tocar ser la pareja de “Los tíos”, abandonados por sus amigxs por no querer tener hijxs; o ser una joven extranjera en Estados Unidos, tratando de formarse una vida para sí misma, y atravesar una situación trágica, llegada de repente, sin aviso.
Los personajes de estas historias están rotos, se sienten incompletos, vacíos, y ven en aquellos a su alrededor ese mismo sentimiento de impotencia y desarraigo: “En ellos reconocía a otros animales enjaulados. Otros, como yo, que no se sentían enteros, que se habían resignado a intentarlo. Otros con deseos atascados.” Es que el pasado que estos personajes arrastran no los deja avanzar, y aunque su camino en la vida ya está marcado, quedaron atascados en una parte de él, y el ir hacia delante se vuelve engorroso, difícil de transitar.

En Una música futura hay una pluralidad de voces que, por momentos, se vuelve un coro, y por otros se aleja, entran en discordancia, pero lo que es seguro es que esta pluralidad está signada por la soledad, por el miedo hacia una realidad que comienza a arremolinarse sobre los personajes, que oscurece todo y no parece dejar que la luz entre, que haya un hueco por el que respirar. Al leer cada historia, el sofoco se vuelve tangible, la falta de aire, el calor, la ansiedad. Incluso el silencio es pegajoso y denso; y a diferencia de todo el ruido que rodea a los personajes –disparos, conversaciones, una canción que se repite, el ambiente en una sala de espera– la ausencia de éste aturde más.
Y en el centro de este relato se encuentran las mujeres y los niños, que son el pilar del que nos aferramos al avanzar por estas historias. Siempre en el borde del lenguaje, de la cordura o la enfermedad, caminan por una cuerda floja que amenaza con quebrarse todo el tiempo. ¿Y si las palabras no son suficientes para olvidar lo que les pasó, la tragedia que los envuelve? Porque en estos relatos el lenguaje tiene filo y dientes que punzan y hacen presión justo ahí donde duele.
Sin embargo, hay algunos momentos, a veces instantes, que dejan entrever algo más que esa oscuridad incipiente que rodea a los personajes. Una canción que les permite detenerse y tranquilizarse, escapar del pasado o la angustia que ocupa casi todos sus pensamientos. Aunque la música, en estos cuentos, también puede ser el silencio, el frío o el estar solo. También un libro, quizás un recuerdo. La música, al fin y al cabo, es ese espacio adonde pueden escapar y olvidar, por un rato al menos, todo lo que arrastran consigo y se vuelve demasiado pesado para cargar. “Y es que leer había sido mi relación más feliz. El único amor que sí parecía durar para toda la vida mientras, a mi alrededor, todo cambiaba.”