Primero hay un grito, o mejor, un golpe o un chillido. No se sabe. Después sí: un grito, más claro, más fuerte. Una madre grita, un padre la escucha y corre y en el recorrido piensa lo peor, es decir, que algo le pasó a su hija. La fatalidad tiene forma de pileta, alambre de púas, serpientes, alacranes, en esa instancia todo puede ser fatalidad. Se angustia y cuando llega la ve a Julia, su mujer, señalando un animal muerto mientras Luna, su hija, duerme la siesta. Así empieza La otra hija (Sigilo, 2021), la gran novela de Santiago La Rosa, con un susto. El autor planta de entrada el tono y el tema: la paternidad, que no es otra cosa que el miedo del padre.
La trama es simple: nace Luna, primera hija del narrador innominado, e inmediatamente su padre, un personaje enigmático, uno de los pioneros de la macrobiótica y la terapia Gestalt en Argentina, empieza a desaparecer hasta consumir del todo el acto de desaparición. Debería haber dicho: la trama es simple, la familia es compleja. La Rosa lo tiene claro y con una prosa precisa ejerce el control de daños: sabe qué decir y qué no, así hace sentir la ausencia.
La otra hija se divide en cuatro partes (Nuestro destino, Un hombre despierta a mitad de la noche, Una galería oscura, Los pájaros) que están todas (la primera en cuerpo, el resto en resonancia) atravesadas por el fantasma del padre del narrador, el otro padre, que –esto se dice al principio– tuvo una hija que murió a los ocho meses de haber nacido en una tragedia poco clara; sí, la otra hija.
“Los padres son el destino elegido por los hijos”, dice la carta astral grabada, envenenada, que recibe el hijo del padre cuando nace su hija. Y desde entonces busca en su cabeza ahuyentar esa sentencia, evitar replicar al padre. ¿No es ese, acaso, otro miedo del padre nuevo?
El hijo entonces, a partir de ser padre, empieza a intentar reconstruir la figura inasible del suyo, un Gatsby italo-argentino del que, se da cuenta, nadie sabe nada (un genio, un impostor, nada); todo a su alrededor está teñido de duda o, directamente, mentira. Investiga sus orígenes, habla con su familia paterna, la gente que lo rodeó, y, buscando una verdad imposible, cada vez se aleja más.
“Había algo de confianza y algo de ingenuidad en creer que armar la historia de mi padre me iba a librar del miedo por mi hija”, dice en un momento avanzado el narrador, que, al no poder entender al padre, lo narra desde el vacío. Lo inventa.
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Empecemos por el principio: ¿cómo nació la novela?
La otra hija no nació como novela y tampoco había un plan. Fue el resultado de un proceso, de un rodeo a la paternidad como experiencia propia y como tema. Escribí un texto de tres páginas para una lectura en el Centro Cultural Recoleta hace cinco años. Ahí hablaba del temor que sentí con el nacimiento de mi hija, con la fragilidad de su cuerpo. Era un texto autobiográfico que me ayudó a darle forma y una trama a lo que pasaba. La idea de trabajarlo como novela vino de la lectura de varios libros sobre padres que había leído hacía tiempo y me resonaban mucho. Desgracia de Coetzee y La carretera de Cormac McCarthy especialmente. Ahí me encontré con esos padres fallidos, que avanzan sin entender a sus hijos, tratando de cuidarlos en un mundo (mundos muy distintos entre sí) que no lo logran entender. Creo que La otra hija es un cruce entre mi angustia y mis lecturas.
El tema del libro, creo, es cómo opera el miedo en la paternidad, que no es solo un miedo presente (la fragilidad intrínseca de un recién nacido), sino también, y, sobre todo, futuro ¿lo pensaste así?
Sí, totalmente. El miedo presente, puntual, articulado en torno a un tema, de algún modo puede racionalizarse, contenerse. Me interesaba el miedo más ligado a una posición. No el miedo a la muerte súbita, a las enfermedades o accidentes sino el miedo ligado a la impotencia, a la imposibilidad misma de cuidar completamente a alguien que es un ser separado: la idea de que un hijo inevitablemente va a sufrir, va a enfermarse, va a salir de nuestro control. Ese miedo no puede limitarse al presente, se extiende hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. La trama que quería construir obliga al narrador que está muy solo a lidiar con una casi maldición que le arrojan sobre esa hija.
En Australia, tu anterior novela, si bien el espacio y el ritmo eran distintos, también estaba ese miedo que avasalla a los padres primerizos, ¿qué vínculo hacés entre las dos novelas?
En Australia estaba muy presente la angustia, es verdad, pero me parece que es una novela mucho más vertiginosa, casi sin donde agarrarse en medio de la tragedia que articula el destino de esa pareja. Y me parece que es más una novela sobre el lugar del protagonista en el embarazo de su mujer, sobre esa pareja en el exilio, que sobre el hijo que nunca aparece. Tienen en común la familia y la intimidad como escenario. El viaje de los protagonistas para encontrar la forma de resolver las crisis de un presente que los atormenta.
Cuando el hijo se convierte en padre, el padre, ya de por sí una figura ausente, inasible, consuma su acto de desaparición y el hijo se queda sin punto de referencia. Ahí, y no antes, el hijo empieza a hacerse preguntas sobre el origen, su búsqueda de la verdad. ¿Es la falta del padre la que lo obliga a mirar atrás?
Claro, me parece que la falta y la pregunta son complementarias. Ese padre tan fascinante de la novela, con sus éxitos y su encanto, su presencia total que no dejaba lugar más que para la admiración desaparece y deja atrás un vacío que uno podría decir que siempre estuvo. El narrador, un poco huérfano, sale a cubrir ese enigma para poder seguir y hace de esa búsqueda el motor de la novela.
En un momento el narrador habla de esos libros que tratan sobre la muerte del padre (Roth, Auster, Knausgard), y los piensa como si fueran un género en sí mismo. Acá está la desaparición del padre, que puede leerse como otro tipo de muerte, y el pase mágico de hijo a escritor que narra esa experiencia. ¿Tuviste estos libros como norte durante el proceso de escritura?
Sí, son libros que siempre me fascinaron. Me gusta pensarlo como género porque son libros que siempre repiten un movimiento (el hijo, huérfano, que hace o no las paces con ese padre que ya no está) y es interesante pensar las diferencias que cada libro propone en sobre esa repetición. La otra hija no tiene el pacto autobiográfico donde narrador y autor se identifican, tampoco hay un padre muerto sino un padre híper presente desde sus restos, sus palabras o sus mensajes. Aun así me gusta pensar que establece un diálogo con esos otros libros porque es un libro donde el protagonista tiene que resolver algo del pasado, del padre y su relación con él, para poder seguir viviendo.
Apenas atravesada la mitad del libro es como si la novela pasara a tener la dinámica del policial, toma esa estructura, me refiero al modelo de relato como investigación. ¿Era tu idea?
Sí, eso apareció bastante rápido en la escritura, no quería una figura unívoca para el padre ni una sola voz que lo nombre. Me gustaba la idea de lo que no puede conocerse del todo, de un enigma que es un enigma para el lector y para el narrador y donde ninguno de los dos tiene más información que la que van encontrando en gente que conoció al padre hace años, esa simetría en el nivel de saber, creo, es lo que da ese tono policial, de a momentos frenético e imprevisible que, a diferencia del misterio a develar, un hecho, es una versión a construir, un sujeto con contradicciones.
Pensaba también que el hijo está lleno de preguntas, pero el padre no tiene, o no quiere, dar ninguna respuesta, y el hijo necesita entender. La pregunta es: ¿lo hace para reconstruirse o para diferenciarse?
Pienso que los dos movimientos van juntos en la novela. Eso que podría ser una fuga hacia atrás, una investigación que todo el tiempo aleja al protagonista de la escena presente con su nueva familia, es lo que en algún momento habilita al narrador a diferenciarse, a armar su propia forma de ser padre pero que no puede ser sin conocer su historia y su prehistoria y sin cierta vuelta a las escenas que lo marcaron como hijo.
A la historia del padre la cruza una tragedia poco clara, la muerte de esa otra hija y el suicidio de su primera mujer. Te repito la pregunta que le hace Julia al narrador: ¿cómo se vive con eso?
Me parece quela novela plantea que hay muchas formas de vivir con eso, que hay una decisión ética en el lugar que tiene o no. Se puede vivir sin saber, sin querer saber, corriendo hacia adelante aunque eso que se deja atrás permanentemente alcanza a los personajes de la novela de distintas formas. La posición del narrador es la de buscar, la de resolver para no repetir para poder armar una historia de la tragedia que permita dejarla atrás.
Última, la paternidad en la actualidad, al menos en la distancia, parece diferir bastante de la del pasado, ¿qué significa ser padre hoy?
Me parece que al no haber coordenadas tan establecidas y ahora que ciertos atributos y dinámicas familiares que se daban por sentadas se perdieron (quizás para bien) cada uno tiene que encontrar la forma de ser padre en sus propias coordenadas. Hay que construir el lugar, ocupar el lugar e incluso inventarlo.