Cuatro años después de Camerón, esa novela breve, tan extraña como potente, Hernán Ronsino publica nuevamente una novela, que no es breve –pasa las 200 páginas– ni extraña, pero es tanto o más potente. Hablamos de Una música (Eterna Cadencia, 2022), novela en la que vuelven a aparecer los temas preferidos de Ronsino (memoria, traición, tiempo), pero que, como Camerón, suena diferente, aunque no por los mismos motivos. Es más, podríamos decir que la anterior novela es una novela atonal, en el sentido musical y literario, mientras que Una música es, sobre todo, tonal. Quiero decir, ya en el título nos da la clave: su musicalidad, el sonido de las palabras encadenadas. Esta es, entonces, además de una bellísima novela de deriva, una bellísima novela tonal.
Una música cuenta la historia de Juan Sebastián Lebonté, el “Francés”, un pianista cuarentón y solitario, entre reconocido y no, que en plena gira por Europa se entera de la muerte de su padre y decide volver a Buenos Aires. Ahí le cuentan que su padre, un tipo que hizo su fortuna en la década del ´70, le dejó un campito en Paso del Rey. Hacia ahí va él, después de dejar a su novia, a su familia y a su amigo detrás. ¿Qué sucede? El campito está tomado por una comunidad que funciona como una cooperativa. No se diga más.
O sí, esto: que la historia de Lebonté está atravesada por la historia misteriosa, enigmática, de Bill Turner, un pianista de un único disco, “Hudson” (como el río, como el escritor), que se va develando a medida que pasan las páginas. Esa música, la de Turner, el músico favorito del padre, es la que el Francés hereda. Ahí está la clave de la novela, que habla, principalmente, de lo que se hereda, que, está claro, no es solo lo material, y su paradoja: la imposición. ¿Qué se hace con eso que se hereda? Esa pregunta es la que ronda en la cabeza del Francés sin que nunca se enuncie.
Pero la novela no solo habla de esa herencia individual del Francés, sino de la otra herencia, la colectiva, la que heredó un país, que siempre tiene hijos de un tiempo, en este caso los ´70. Ahí están los habitantes del campito, militantes de una lucha que aún hoy, directa o indirectamente, resisten los embates de ese tiempo. Es en ese lugar, junto a esa gente, el Francés, hijo de una familia acomodada, rompe el mandato paternal del progreso, invierte su escalera, de Osteende al conurbano, de solista a acompañado, ahí, trabajando la madera como si afinara un instrumento, termina de entender que uno nunca toca solo, siempre se toca con alguien. Si el público configura al artista, bueno, los miembros del campito (Julia, Cuesta, Toguita, Dángelo y más) reconfiguran al Francés.
Para él la música –una música, toda música– está en un piano, en un tronco o en una bandada de gaviotas, está adentro y en la intemperie, en el refugio y en el ruido del mundo, no hay separación. En el campito reafirma su sospecha: la música nace del ruido también para domarlo.
“La única forma de mover el piano es quitándole peso. Aliviarlo”, dice el Francés en un momento. Eso es justamente lo que hace consigo mismo, digo, en ese correlato con el piano da una respuesta, la propia, a la pregunta que sobrevuela la novela. ¿Cuál es? Sacar lo que no necesita, quitar lo superfluo, aproximarse a la sencillez, en fin, improvisar un destino compartido. Moverse, fluir en ese sentido, contrario al del padre, porque, sí, el movimiento es música si produce el efecto de una pasión organizada.
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¿Cómo nace Una música?
La novela empieza a bocetarse, en su primera versión, después de haber estado un mes en la residencia para escritores Marguerite Yourcenar en el norte de Francia. Fue una estancia en medio del campo que compartí con dos grandes autores, la francesa Julia Deck y el turco Yigit Bener. En ese viaje más que escribir fui acumulando sensaciones y explorando lugares. Por ejemplo, recorrimos todo el norte de Francia y gran parte de la costa belga. Así apareció la Ostende belga que aparece en Una música. Pero la escritura concretamente surgió después de ese viaje y fue un proceso largo y difícil que me llevó cerca de ocho años. Tenía pocas cosas claras en el comienzo: que se iba a llamar Una música, que el protagonista era un pianista y que había un piano abandonado que funcionaba como un gran obstáculo para la vida del protagonista. Con esos elementos empecé a tirar del ovillo.
Como adelanta el título, la novela está atravesada por la música, que define la estructura (como el devenir del disco de Turner) e interviene en la prosa. ¿Cómo fue trabajar la música en la novela?
Tal vez esa idea de la música fundida en la prosa sea una de las cosas que más me costó pulir. La primera versión de la novela la descarté justamente porque había algo del sonido del texto que no me dejaba conforme. Creo que es una de las cosas que más me mueven a escribir, encontrar ese sonido más que narrar un gran acontecimiento. En este sentido hay una búsqueda cercana a la construcción de una pieza poética que me interesa muchísimo. Trabajar la prosa puliéndola en sus detalles como si cada párrafo fuera un poema.
Pensaba en Una música con relación a tus otras novelas, y si bien se nota tu mano, tus obsesiones, es una novela que se siente diferente. ¿En qué creés que se diferencia de las demás?
No lo tengo muy claro porque no vuelvo a las novelas anteriores. Tal vez, si aparece alguna distancia, más allá de los elementos comunes, pueda ser ese trabajo sobre la narración, ese trabajo de pulido. Pero me cuesta ver las diferencias más que las continuidades. La búsqueda de la orilla, de una mirada periférica creo que reaparece con fuerza en todas las novelas.
A partir de la segunda parte la novela se instala en el campito de Paso del Rey, en provincia de Buenos Aires, pero en una zona más en el margen de la gran ciudad, más conurbano que pampa, como en tus otras novelas. ¿Por qué elegiste ese espacio?
La novela se me aclaró cuando apareció el campito de Paso del Rey. Ir hacia esa orilla fue como haber encontrado el destino de la trama. Y además ir hacia la orilla me permitió marcar un camino estructural inverso al mandato que el padre imponía: esa lógica de progreso encarnada en la figura de la escalera que aparece en boca del padre. El personaje empieza la novela de gira en Europa y va lentamente hacia el conurbano. De modo que hay muchos motivos que me llevaron a esa orilla.
Hay algo que en tus novelas tiene mucha fuerza y es la manera de narrar lo político, que nunca es directa, sino que va por debajo, casi no se enuncia, se siente. Acá se podría hablar de lo que los ´70 dejó (de ambos lados, digo, en el Francés como en cualquier miembro del campito). ¿Lo pensaste de esta manera?
Es cierto que en todos mis textos el cruce con una época o con una referencia política emerge como elemento importante en algunos casos de un modo más directo que en otros. En esta novela los ecos de la dictadura se notan como un oleaje que no se ve en un primer plano pero que marca a los personajes. Pero más allá de esa referencia concreta, en esta novela me interesaba pensar, como un núcleo político también, la tensión que se da entre lo individual y lo colectivo. Lebonté es un burgués que despliega la carrera de solista y lo hace hasta que lo puede hacer de manera correcta y sin grietas. Y luego aparece esa comunidad en las orillas, ese grupo que lo empieza a seducir de algún modo.
Uno de los grandes temas de la novela, probablemente el más importante, es el de la herencia, qué se hace con eso que se recibe, que se impone; es lo que pesa en el Francés, que pasa de tocar en Europa a trabajar la madera en el campito. ¿Es el descenso su manera de deshacer lo heredado?
La herencia sin duda es central como decís y moviliza toda la trama. Creo que es el gran dilema del protagonista. Qué hacer con eso. La novela termina justo cuando el personaje comienza a tomar decisiones. Y en ese sentido comenzaría a trabajar lo heredado, a apropiárselo de la mejor manera. Eso es lo que se puede hacer con una herencia, trabajarla para hacerla propia, ¿no? De este modo, la inversión del mandato de la escalera que impone el padre, me sirvió mucho para organizar la trama. Ir, en la lógica del padre, en un sentido descendente. O sea, no progresar. Entonces la novela va marcando esas dos puntas. De Europa a orillas del Reconquista, de lo individual a lo colectivo.
Última. Creo que en la mixtura de la novela se pone en relieve dos autores de los que me parece tenés mucho heredado: Conti y Hudson. ¿Te identificás con ellos?
La figura de Hudson, en especial, me interesaba por su escritura, por la manera que cuenta la naturaleza en su obra pero también por dos motivos. Porque Hudson es una voz extraña para la literatura argentina (como es una voz extraña el tema «Tránsito» dentro del disco de Bill Turner) y porque me interesaba plantear un contraste entre ese mundo natural de fines del siglo XIX y el paisaje de las orillas afectado fuertemente por las fábricas, por la contaminación en la actualidad. Es decir, Hudson abordado en esas dos direcciones.