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ANA NAVAJAS: «Para mí escribir no es un sufrimiento»

En la contratapa de Estás muy callada hoy, novela publicada por Rosa Iceberg a fines del año pasado, Pedro Mairal habla de una “novela agazapada en la independencia total de la mirada”. Da en el clavo. Todos tenemos una reserva de momentos utilizables para la escritura. A veces se suele pensar que la vida no sirve para crear, pero no es así, Ana Navajas, la autora, lo sabe: todo puede ser valioso si se mira de una manera adecuada, y ella, digámoslo, tiene la mirada afinada.   

Ana Navajas –cualquier parecido con la realidad es pura causalidad–, la protagonista de esta novela que funciona como diario, tiene tres hijos divinos y un marido que parece ser un buen tipo, pero algo falla, está triste, está, como diría el profe de pilates, muy callada, y escribe, o así parece, porque necesita hablar, hablarse. Es en esa escritura en la que mira para afuera pero, sobre todo, para adentro. Su vida entera aparece ahí, en ese presente continuo con forma de diario: la madre muerta, el padre grande, los mil hermanos, la perra Chica, el trabajo, el deseo de afrontar la soledad y la escritura, claro. En los diarios no funciona ninguna máscara.  

A Ana Navajas, a todas ellas, le gusta mirar, fumar un cigarrillo y mirar y, tiene razón, para mirar es imprescindible estar unos pasitos más atrás.

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¿Cómo nació la novela?

Bueno, para empezar, nunca pensé que estuviera escribiendo una novela. Nació como ganas de escribir algo y me surgió empezar a escribir una especie de diario, que, de hecho, llamé diario hasta que le puse un nombre, que fue hace muy poco. Y bueno, fui escribiendo esos pedazos inconexos, fui acumulando y llevándolos a taller y los empecé a armar como un rompecabezas o, como dije alguna vez, como si fueran esas colchas de patchwork que vas bordando y, de repente, no te gusta y le ponés una encima y le das unas puntadas más, fue un poco así el proceso. Y recién me di cuenta de que podía ser un libro cuando lo empecé a corregir en el taller de Juan Forn.   

Sé que escribís hace tiempo, pero recién ahora te decidiste a publicar. En el libro hay un elogio a la lentitud que me hizo acordar a algo que dice Richard Ford sobre que hay que tomarse su tiempo, que la mayoría de escritores escribe demasiado. ¿Hay algo de eso? ¿Por qué publicar ahora y antes no? 

En realidad no sé si lo dije como un elogio o como algo que me pesa, ¿no? La lentitud, digo. Es como que en todo voy lento y necesito de mucho tiempo. En este caso necesité de bastante tiempo en darme cuenta de que lo que estaba escribiendo era algo que podía ser publicado. Tuve como mucha inconsciencia en todo el proceso. Lo hice con mucha libertad, en un punto, y con bastante inconsciencia, como te decía. Y sin ambiciones. Pero lo de la lentitud es algo que me pesa, es como un signo de mi carácter, todo me lleva bastante tiempo. Tardo en darme cuenta de lo que quiero.

Al principio hablaste de diario y la novela funciona con esa estructura, está minado de pensamientos, la narradora está callada pero no para de hablar internamente, y va hacia adelante temporalmente, pero, a la vez, la figura de la madre muerta es un fantasma presente. ¿Qué buscabas explorar en esa relación?  

Si bien arranco a los tres años desde que se murió mi madre, es como un período de duelo, de alguna manera. Y a mí me pasa, y a mi familia también, que cada vez que hablamos de ella es como si no estuviera muerta, como si fuera a volver ahora, digamos. Con mucha naturalidad. Y eso hace que el duelo no esté cien por ciento procesado todavía, entonces es alguien que está realmente presente. A mí no me cuesta pensar “¿qué pensaría mamá?” o “¿qué me diría mamá?”. La ropa de mi mamá está colgada en el ropero, su mesa de luz está intacta. Cuando en el libro hablé de mamá era presente absoluto, porque está presente constantemente, hasta con sus objetos, que no terminamos de deshacernos, y hasta con sus apariciones, como esa mamá de Woody Allen que le habla, viste, que la tenés ahí comiéndote el bocho. Entonces fue, de alguna manera, no diría procesar el duelo, porque no sé si es para eso la literatura, ni tampoco si lo logré, pero bueno, fue hablar de algo que me estaba pasando, que estaba todo el tiempo en mi cabeza.

María Moreno dice que la literatura no sirve para sublimar nada.

Tal cual, para nada. Sí, después tenés un libro. No resolviste absolutamente nada, pero tenés un libro, que no es poco. 

La Ana Navajas narradora, que tiene una voz muy potente, un yo muy definido, tiene muchos puntos en común, o, por lo menos pareciera, con la Ana Navajas escritora. Es como si realidad y ficción se confundieran, como si no hubiera límites. ¿Querías expresar eso?  

Quedaría muy bien decirte que busqué algo. Pero la realidad es que no busqué nada. Como escribí sin pensar en publicar, sin pensar que eso era algo orgánico, que estaba armando algo, escribí con impunidad. Entonces escribí de mí con la impunidad que te da decir lo que se te canta, mentir, eventualmente, deformar, digamos. Tampoco es un retrato fiel de la realidad. Hay miles de cosas que las saqué porque no quedaban bien, o que agregué porque quedaban mejor, y no necesariamente reflejan la realidad. Hay personajes también que están re contra sesgados. Obviamente está todo, pero absolutamente todo, tomado de mi vida. Y decidí no disimular ningún segundo al respecto porque me parece que es un trabajo agotador y no tienen ningún sentido. La Ana Navajas narradora es la Ana Navajas escritora y es esta que está acá y me hago cargo.   

En un momento la narradora se hace una pregunta que me parece neurálgica: ¿cómo voy a estar triste si lo tengo todo? Creo que ahí está un poco la crisis de la protagonista, esto de que el dolor no es una elección, ¿no?

Sí, creo que es eso, y que también es un rasgo de la persona. Hay personas que se conforman y otras que no, que están eternamente insatisfechas, buscando más y más y preguntándose cosas. Creo que pertenezco a ese segundo grupo. No puedo estar tan tranquila.

La novela habla de una crisis de mediana edad, y también, sobre todo, de un deseo me parece de atravesar la soledad, de asumirla, y de demostrarse que puede sola con su reconstrucción, y eso se hermana con la escritura. ¿Esa era la idea?

Claro, ese movimiento es el que se produjo para que, de alguna manera, yo pueda escribir y terminar publicando. Tuve hijos muy joven y, es un poco cliché, pero la maternidad te corre totalmente de lo que querés hacer. Te pospone constantemente y te llena de ruido y de cosas y nunca estás más solo. Es un poco desesperante a veces. Yo me acostumbré a escribir en cualquier circunstancia, aprendí a abstraerme y escribir antes de la comida, en una fiesta, en una reunión, no me importaba si me hablaban. Al tiempo la gente que me rodeaba, mi familia, se fue acostumbrando. También escribo mucho en el celular, como escribo en cualquier parte y tengo el Drive en el celular escribía un poco ahí y después lo recuperaba desde la compu un poco más tranquila. Pero la realidad es que escribí un montón de cosas desde el celular y la gente se terminó acostumbrando a que lo hiciera. Pero me costó mucho que respeten ese espacio, que no era un espacio, era un “no me hables”, “podés quedarte ahí y hacer ruido pero por lo menos no me hables cuando estoy escribiendo”. Así que sí, es una búsqueda la soledad. 

En el libro hay una cita a Lucía Berlín y por momentos la propia narradora parece un personaje berlinesco, digo, esto de poder sobrellevar la mierda y ponerse de buen humor, eso de narrar quitando el dramatismo. ¿Es Berlín una influencia? ¿Tenés otras? 

Sí, Lucía Berlín es una influencia. Manual para mujeres de limpieza me rompió la cabeza. Me encantó su desparpajo para escribir lo que quería, en repetir personajes en distintas situaciones parecidas pero no, y en distintos cuentos. En hacerse cargo a veces de la identidad de la narradora, que es ella, y que en otras fuera la misma persona pero que tenía otro nombre. Hace lo que quiere, no tiene ningún problema, y eso me pareció genial. Porque a veces uno tiene la cosa esa de “estoy repitiendo esta anécdota” o “eso ya lo dije” y ella repite cien veces lo mismo, no le importa nada, y funciona, funciona como un todo a parte ese libro. Son cuentos separados que terminan funcionando como un todo. Así que sí, me pareció muy inspirador y fue un descubrimiento, porque no la conocía. La empecé a leer cuando se publicó acá, que yo empezaba a escribir. Si bien no me identifico con su estilo, sí con esa cosa liberadora que me dio a mí de decir “puedo escribir de lo que quiero”, después veré si funciona o no funciona, pero a priori no llenarme de esas reglas de cómo tiene que ser un cuento y qué coherencia tiene que tener. Hizo lo que quiso y le salió genial, obviamente, no creo que a todo el mundo le salga, ni a mí tampoco, pero me liberó.

Después Natalia Ginzburg es mi ídola indiscutida. Leí casi todo lo que se publicó acá más lo que conseguí afuera, no sé si me quedara algún libro pendiente. Y también tiene eso de que se repiten sus personajes, son diferentes pero muy parecidos, siempre en el mismo mundo. Eso me encantó, como yo estaba escribiendo esto que no sabía qué era, pero siempre escribía de lo mismo, a veces me parecía un poco aburrido hacer lo que estaba haciendo. Y leer a personas como Ginzburg de ese mundo, que era el de ellas, me dio mucho alivio y fue decir “bueno, esto es lo que yo quiero escribir”. Tiene mucho de la mujer con la escritura, porque además era madre y de cómo hace esa mujer para escribir. De vuelta, eso parece un cliché, pero si te ponés a pensar, no lo es tanto. Porque en las escritoras mujeres siempre aparece, hay ahí una particularidad que a mí me hizo sentir muy identificada. Esto de narrar lo doméstico, que parece un tema menor, pero ver que ella también lo hacía me hizo pensar que podía ser el mío, me habilitó. Y bueno, de ella me mata su lenguaje seco, ahorrando palabras, poniendo lo imprescindible. No escatima pero nunca sobra nada, ni una coma. Eso lo admiro profundamente. Y además tiene un sentido del humor genial. No soy fan de nada, pero a ella me hubiera encantado conocerla. Si tuviera que decir una influencia es ella.

Hablaste de escritoras mujeres y justo publicaste tu primera novela en una editorial como Rosa Iceberg, creada por mujeres y que tiene como elección solo publicar mujeres, ya ahí hay un gesto político. ¿Qué pensás del auge de autoras, las nuevas voces femeninas que cada vez más se dan a conocer?

Sí, de alguna manera, la literatura escrita por mujeres se puso “de moda”, digamos. Creo que leímos por un montón de tiempo mayoritariamente a hombres. Entonces hay un aire fresco, como una novedad, hay algo propio ahí de la literatura femenina. De hecho hay gente que dice “a partir de ahora solo voy a leer mujeres” y ese tipo de cosas. Bueno, no, a mí no me pasa, a mí hay un montón de autores que me siguen gustando, el año pasado leí mucho de Julian Barnes, que me encanta. Emmanuel Carrere también. Pero sí, hay como un redescubrimiento de la mujer en la literatura y me parece que se está dando un espacio que está buenísimo porque la realidad es que no lo tuvo hasta ahora.

¿Escritoras contemporáneas que te gusten?

Últimamente leí muchas autoras. El de Camila Sosa Villada, Las Malas y el anterior, El viaje inútil. De Rosa Iceberg leí Las rusas, de Flor Monfort, que me gustó mucho, tiene una voz súper particular. También leí el de Adri Riva, La sal, que ya lo conocía pero cuando salió lo leí de vuelta y es un librazo. Después el año pasado releí bastante Lorrie Moore y releí la trilogía de Rachel Cusk, que me encantó. Ahora estoy terminando El amigo, de Sigrid Nunez, que me viene fascinando, lo marqué todo. Tiene una reflexión sobre lo que es escribir que lo siento hecho a medida.

Para terminar, ¿estás escribiendo algo nuevo? ¿tenés otros proyectos literarios?

No, la realidad es que terminé de escribir este libro y me agarró como una especie de blanco creativo. Hay un montón de cosas que se me vienen a la cabeza, como eso de que “tenés que empezar a escribir en tercera persona” o “tenés que cambiar la voz”, que de repente lo comento y me dicen “pero, ¿por qué?” o “sí, tenés que cambiarte, no podés repetirte”. Estoy en esos dilemas mentales y no escribí ni una palabra. Pero, en cuanto a proyectos, vamos a empezar a hacer con Adri Riva un taller de escritura en el Centro Enjambre. Me siento bastante impostora, siempre me siento impostora, escribiendo también y dando taller ni te cuento. No dimos taller ninguna de las dos todavía, pero somos asistentes seriales, suponemos que algo habremos aprendido y, básicamente, nos divierte. Nos gusta mucho escuchar a otros, corregir, dar opinión. Esa para mí es una parte súper importante del taller y me parece una actividad divertida. Para mí escribir no es sufrimiento. Viste que hay gente que lo padece, yo realmente no, capaz en el próximo libro lo padezca, pero ahora lo disfruté, nadie me apuraba, escribí sobre lo que quería, con lo cual para mí fue un placer total, fue muy liberador y no lo padecí, todo lo contrario. 

Foto: Cortesía Ana Navajas

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